Necesito regresar a la época en que el color de las cosas era infinitamente sencillo de describir, cuando no me tenía que fundir con las sombras para escribirle al vacío.
Extraño la intensidad y la adrenalina de no diferenciar la fantasía con el mundo real.
Mi luz era torpe e ingenua, era un nuevo sol. La ciudad se me volvía demasiado pequeña para albergar tantas ideas. Era fácil darle cara a otros rostros, pues los problemas a cada hora se empequeñecían, sublime como las formas de las nubes y las canciones sin coherencia.
Buenos días y buenas noches: ¿por qué los horrores nos transforman para siempre? Parece que la vida exige endurecer el alma.
¡Qué ganas de desandar el camino! Sólo para poder recordar por qué...