miércoles, 3 de diciembre de 2014

Dos fantasmas.

Si va a escribir, que no sea otro poema sobre amores que dejaron de existir. Ni sobre aquellos lejanos días en los que él parecía amarle. 
  
  No se torture narrando cómo le hizo sentir escuchar su voz por primera vez, cómo las sonrisas tontas de él eran capaces de transformar su grisáceo corazón. La única ocasión en que le obsequió una melodía. Cuando la protegió, cuando le dijo que la quería. Cuando creyó acariciar la felicidad. El lado amable del romance.
  
  Piensa en su rostro, en sus ojos crueles y oscuros. En sus versos marchitos. Piensa en el recuerdo amargo de su vaga y falsa despedida. Él no se atrevió a confesar que su presencia no se marcharía jamás. Que continuaría en su camino, atacándola entre sueños y mala poesía. La misma poesía barata que le gustaba gastar en usted. 
  
  Se cegó ante una promesa, y cumplió sin querer el juramento de seguir amándolo frente a cualquier consecuencia. Permanece en el infierno que él le creó. 
  
  No escriba nunca más sobre la luz. La ilusión de que las cosas cambiarían con la llegada de él. ¿Cuántas damas más habrán quedado enganchadas en el poder ilusorio que aquel joven despedía? Es probable que no sea su culpa. No sabe lo sencillo que es quererlo. Qué fácil enamorarse. No lo sabe, ni sabrá. 
  
  Porque usted sabe que era más que compartir su tiempo con él. Recuerde cómo su alrededor se desencajaba. Solo con la certeza de que un momento pensaría en usted. Pensaría en ti. Y con palabras simples que decía, eras capaz de embellecerlo todo. Era capaz. Con él todo siempre fue sonrisas, mariposas, enamoramiento vacilante. Y frágil. Tal vez demasiado frágil.
  
  Aún hoy ignora que misterios él oculta. A pesar de lo ya acontecido, sigue teniendo control sobre usted. Con una palabra o dos. Con un silencio grato, con su presencia. 
  
  Deja que yo lo describa mientras continúas fingiendo. Deje que yo lo escriba. Oculte que aún recuerda. Que siente. 
  
  Los dos fantasmas viven en cada espacio de sus palabras. En su esencia, en las cicatrices, en sus libros de horror.

Para qué quiere ojos que no ven
No lo puede tener
Y no lo olvida
Ni lo hará.

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