jueves, 4 de noviembre de 2021

Mamá, si un día despiertas y no estoy; perdóname.

Si un día amaneces sin café y las imágenes borrosas de tus ojos te asustan con una escena dantesca, perdóname. Mamá, si un día la ansiedad acaba conmigo y el olor a óxido inunda la casa; perdóname.

Es espeluznante no tener a quién poder hablarle de esa clase de decisiones, porque te amo tanto que no quiero herirte. Sé que si algo pasa conmigo, tú no podrías soportarlo. Y te pido perdón si la química de mi cerebro me vuelve egoísta. Pero ni yo misma sé qué pasa.

No tengo amigos para hablarles del deseo de irme de aquí. Este mundo me da miedo, las personas son… diferentes. La vida es cruel e hiriente para quienes se niegan a querer el cuerpo en el que han nacido.

Mamá, perdóname si un día me despierto sin ganas de levantarme de la cama, sin hambre, sin sed. Si no supe cuidarte como prometí. A veces sólo pienso en lo que llevo dentro, y te juro, quema mi alma. Siento que no puedo parar de derramar lágrimas. Quisiera ser la hija perfecta que merecías. O al menos lo suficientemente funcional para un mundo que no es para mí.

La existencia terrenal no es para mí, y ojalá tu dios hubiera enviado a otro de sus enigmáticos ángeles. Un hombre fuerte, independiente, con escudo y mil espadas. Mamá, perdóname si un día decido rendirme, porque nadie tiene la culpa de los cerebros fallidos.

No sé qué pasará mañana, pero si un día lees mis palabras, perdóname, luché hasta donde creí poder, quisiera decirte que no es tarde, quisiera prometerte tantas cosas que no puedo cumplir. Por débil.

Tú eres todo lo contrario de mí; fuerte, aguerrida, madre protectora, comprensiva, espiritual. Gracias por ser mi mamá.

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