lunes, 15 de septiembre de 2014

A los quince años...

…Creía. En el amor, en la fe, en la alegría, y en que las cosas saldrían siempre bien. Estaba en la posición exacta, mis mejillas se sonrojaban, confiaba y a él… a él lo adoraba ciegamente. Me doy cuenta de que las experiencias negativas son las que más marcan. Me sentía en plenitud, estaba segura de que con solo una sonrisa podía lograr que las personas mirasen más allá de mí. Pensaba que al confesarles mis ilusiones iban a brindarme calidez y aceptación. Mi ingenuidad no encontraba un límite, soñaba con que mis palabras moviesen al mundo entero. Todos podíamos alcanzar el cielo al unirnos, todos podíamos ser buenos. Oh.

  Me enamoré por primera vez, sentí el calor que emanaba de mi pecho. A él le obsequié todas mis palabras de amor, a él le entregué una esperanza de niña. Dejé que me sostuviera sin pensar que algún día me podía dejar caer sin más. Cometí el error de imaginar que mi seguridad y alegría podían dependerle sin traspié. No puedo culparlo, éramos adolescentes. Y a él también la vida lo cambiaría. Lo transformaría. Y sé que así fue.

  Los años alejaron al primer amor. El tiempo me expuso lo mezquino que el mundo podía llegar a ser, me aclaró que nada puede ser perpetuo, me señaló las risas burdas de una deleznable sociedad. El tiempo me hizo abandonar aquella ternura, que juro, me caracterizaba. Todos se van, las personas mienten, a nadie le importa. Lo peor es que me he vuelto exactamente igual. Peleo y desconfío, soy cruel y esquiva. ¿Esta es la lección de la vida? ¿La misión acaso?

  Solo pienso en todo lo que perdemos al madurar. Me siento tranquila, pero no logro ser plena en medio de este caótico lugar.

  Ojalá las cosas no tuvieran que acabar así.

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