miércoles, 17 de septiembre de 2014

El fantasma que se deja fotografiar

Necesito hablar de esto, mi cerebro me suplica liberar al monstruo que aún se alimenta de mí. Siguen avanzando los años, y su recuerdo hermoso no deja de reírse a carcajadas de mi imbécil vulnerabilidad. Sé que a estas alturas debería haber roto cualquier conexión que me atrajera a él. Después de cien poemas no he superado esa dulzura que irradian sus ojos oscuros, ni la maldad infantil que ocultan sus labios.

  Sus labios expuestos ante una cámara que lo hace todo eterno. Una cámara que no reconozco, pero que cada noche me acerca a él, tanto, que creo aspirar su fino aroma.
 
  Esta es una de tantas noches en que le observo, critico su actitud ocultando el amor que anhela salir en forma de palabras. Soy una fanática callada, que lo adora sin alardear de ello. En eso me convertí desde que el final nos estrechó la mano con desdén. Sus fotografías son mi tormento y mi escape. Creo mil historias de su vida y le veo con detalle, como la desquiciada enferma. La loca. Suspiro ante los cambios de sus facciones, sí, suspiro.
 
  Reconozco el daño que me provoco ante cada fotografía, sé que es una insensatez; pero no lo puedo evitar. Ignoro cuanto tiempo más… cuanto. Musa cruel.

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