Hay
muchas cosas que quisiera decirte, o quizá, aullarte. Lo único que me ofrece compañía es lo que más
ruina me ha producido. Y eres tú.
Como un sayón llegas a la oscuridad de mi abrigo. Pareces afable de lejos, pero
cuando te acercas tu sombra me abraza en el vértigo
del miedo a no sé qué. Me haces sentir las caricias de la muerte, su lengua
infecta en mi oído, su farfulla y sus humillantes risotadas.
Proyectas cuadros de cadáveres de la gente que amo, de mi cuerpo yaciendo
en un sepulcro solitario. Me haces creer que siempre todo puede decaer. Y
aunque a veces me desclavas, como deseándome felicidad; te veo reflejada en la
ventana esperando a que la prosperidad escape de mi carne. Eres como un amante.
Te enmascaro en cafeína, te envuelvo en textos
de poesía, te represento en cientos de cartas jodidas; mensajes a nadie. Con la llegada de la luna te vuelves
titánica, tanto que me ciñes en tu manto. Mi sello desaparece y soy suplantada
por un ser que respira por rutina, que no sabe amar, que no entiende de dichas.
Todo me sabe a cenizas cuando estás conmigo.
Hoy te puedo sentir a lado mío, juzgando mis
palabras y mi forma de expresión. Sé qué dices que no puedo parar de perder mi
tiempo, me hablas de mi estancamiento espiritual, odias todo lo que soy y
reclamas todo lo que nunca seré. Nunca estarás satisfecha. A ti, que exclamas
mis fallas, que repites de muerte muerte
muerte dolor problemas; urges mi corazón como si me sintiera enamorada, vuelves
trémulas mis manos. Me haces aporrear a las paredes mientras escucho el futuro
turbio que me ofreces.
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