jueves, 10 de marzo de 2016

Me enamora su libertad

He soñado, tal vez demasiadas veces... En que sé y puedo vivir como ustedes; aún si los idealizo o no, estoy segura de mi envidia a su falta de ataduras. No dependen de nada ni de nadie para desear la luz del sol en sus pieles. Admiro su barba hirsuta, sus cabellos enredados.

Oh ironía, nadie puede comprenderme; estoy harta de las cosas de la gente, de los portes de cinismo gratuito, me cansan los golpeteos rítmicos de sus pies, la callada burla a todo lo que es diferente.
Estoy asqueada de mí, de mi preocupación absurda hacia la imagen que proyecto, mi odio a mis andares inseguros y la inacabable malaventura de fallar y berrear creyéndome inocencia.

¡Soy tan mentirosa! Necesito dejarlo todo, quiero estar descalza como solitaria trotamundos, quiero seguirlos a ellos, a ellas; con sus voces rotas y sus guitarras viejas, con sus miradas perdidas en un mundo alterno.

Arrancarme estas ropas que sofocan, accesorios elegidos para vanagloriosos amantes de materia, de muñecas y muñecos con la sonrisa torcida, de máscaras adaptables a miles de escenas predeterminadas. Voy a ignorarlo todo algún día, voy a ir en busca de ese universo exclusivo de la gente libre.

Me emociona su libertad, la enajenación ante los demás... Como si sus cuerpos estuviesen congelados, como si lo único existente fuese el cielo, el agua, la tierra, el sol, la luna, el matiz de los atardeceres, la esperanza del inicio del día, el olor de los árboles.
La certeza de sentirse plenamente vivo.

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