— Dime, Ella.
— ¿Realmente Ian se puso tan mal por mi culpa?
— Más bien por mi culpa — corrigió — y sí, lo afectó mucho. Cuando se enteró de que te habías ido fue a buscarme. Vi al demonio en sus ojos, Ella. Le temí.
— ¿¡Te lastimó?!
— Oh no, los golpes que recibí ese día de él fueron meramente psicológicos. Lo merecía.
— Temo también ahora.
— ¿Por ti? Él jamás sería capaz de hacer nada malo en contra tuya. — dijo.
— No es eso. Temo por él. Siento un hueco extraño en mi pecho, no quiero que se haga daño.
— ¿Te refieres a…?
— Sí — susurré viendo cómo a mi acompañante se le ponía la carne de gallina.
— Tenemos que llegar ya.
— Aún nos quedan dos horas, ¡siento que voy a volverme loca aquí!
*Versión de Ian*
Este balcón es precioso, es uno de mis lugares preferidos. Me muestra una vista espectacular, desde aquí todos parecen un puñado de hormigas en el paisaje. Tan fáciles de aplastar, tan sencillos de destruir. Su vida se ve frágil a mi altura. El cielo me inunda cuando alzo la mirada, a veces parece que pudiera robarme un trozo de nube. Eso pensaba cuando era un niño, que podía alcanzar una nube y guardarla en un frasco para deleite mío. Ojalá fuera tan simple. Cuanto quisiera poder tocarlas, poder acariciarlas. Quiero dormir sobre las nubes para siempre. Deberían ser de algodón como en los cuentos infantiles. Yo debería ser un ave para escapar, para concentrarme en mi vuelo, para ser feliz. Sé que puedo si me lo propongo, sé que si me acerco un poco más lograré alcanzar mi cometido, solo tengo que estirar mis brazos, tengo que pararme de puntitas y cerrar los ojos. Lo demás vendrá solo, se acabará el dolor, se acabará el sonido molesto de los automóviles, el olor de la basura, las imágenes, los rostros de la gente. El rostro de Ella. Todo se reemplazará con el azul, un azul profundo. El aire me sostendrá, me crecerán las alas. No me equivoco, será real. Mi corazón me lo dice.
Te amo Ella.