sábado, 28 de junio de 2014

¿Un final diferente?


Fue terrible escuchar ese sonido. El de su caída. Como en las películas sucedía en cámara lenta. Todas las energías con las que había disfrutado de mi vida se esfumaron. Sentía que en mi cuerpo el shock se hundía con saña. Lágrimas ardían furiosas en mí, parecía que los gritos que inundaron el silencio no eran míos. Sin embargo lo eran, lo eran...


— ¿A dónde vamos, Daniel? — pregunté sin mucho interés. Estando con él, no me importaba en lo más mínimo en donde estuviéramos.
— Quiero celebrar nuestros dos años de matrimonio de una manera inolvidable. Necesito demostrarte lo feliz que me has hecho en este tiempo, no hay momento que no celebre que te hayas enamorado de mí.
— Eres demasiado romántico — suspiré. — Espero que sigas siendo así cuando Natalia empiece a hacerse notar en mi vientre.
— Cuando eso pase estaré tan cerca de ti, que te hartarás — rió acariciando mi poco abultado estómago.

  Nos dirigimos hacia la carretera, me encantaba propinarle tiernos besos en el cuello mientras él manejaba algo nervioso por mis caricias. Detuvo el auto en seco y atrapó mi cabello entre sus manos, me beso con furia envolviéndome en su cuerpo.

— ¿Podrías controlarte un poco? Al menos hasta que lleguemos — me preguntó con una sonrisa burlona.
— De acuerdo — me resigné enojada cruzando los brazos. Él se echó a reír.

  Llegamos a una clase de bosque que la verdad me daba un poco de miedo. Estaba a punto de preguntarle si de verdad creía prudente que estuviéramos en medio de la nada, hasta que unas pequeñas luces llamaron mi atención. Mientras nos acercábamos mi asombro crecía. Las luces nos guiaron a una pequeña mesita colmada de velas, comida y vino. Todo ahí se iluminaba de forma acogedora, mi temor se desvaneció. Me ruboricé.

— Oh — expresé casi sin aliento — esto es hermoso, me siento atrapada en una fantasía. Te amo profundamente.
— Y yo te amo a ti, Paula. Eres mi musa, y quiero que estés conmigo siempre. — respondió mi esposo.
— Nunca nada nos va a separar. Nuestra hija llegará a nuestras vidas a unirnos con más fuerza — le acaricié la mejilla y lo besé.

  Resta decir que vivimos una velada inolvidable; hablamos por horas de cómo nos conocimos, de la reacción de nuestros padres, de cuando me propuso el casarnos, etcétera. Conversar con él era incluso más fácil que respirar. Me necesitaba tanto como yo a él. Por fin iba a tener esa familia que tanto deseaba.

— Paula, cierra los ojos — dijo de pronto.
— ¿Por qué?
— Confía.

  Cerré los ojos como me indico, sentí rápidamente su mano rozar la mía. Me puse nerviosa al sentir el contacto frío de lo que suponía era un brazalete. No pude evitar abrir los ojos ante esto, mi muñeca estaba adornada por una hermosa pulsera que tenía nuestras iniciales grabadas. La admiré con deleite por un minuto.

— Gracias, mi vida. Esto es bellísimo...

  Lo abracé aspirando el delicioso aroma adherido a él. Me colgué de su cuello y apreté mi boca contra la suya. Trasmitiendo lo que no podía con palabras.

...

— Sube al auto, cariño.
— Solo recojo esto y... — se detuvo Daniel. Estaba terminando de recoger las cosas para dirigirnos a casa. Eran las seis de la mañana.
— ¿Mi amor?

  Sentí que alguien ajeno posaba su mano en mis hombros. Me separé como si hubiese sido fuego. Giré la cabeza con angustia y observé a un hombre robusto de gran tamaño. Su cara estaba cubierta por una máscara de payaso que nunca voy a olvidar.

— Bájate del auto — me ordenó con rudeza el desconocido.
— ¡A ella no la toquen! — escuché el grito de mi marido. Lo busqué con la mirada, venía hacia nosotros con el rostro cubierto de sangre. Un hombre delgado lo seguía por detrás, con un arma en la mano.

  Bajé del auto con rapidez. Daniel decía una y otra vez que todo iba a estar bien, que no iba a dejar que nada me pasara.

— ¿Nunca te atreviste a decirle nada? — habló el payaso — Eres un cobarde, mierda.
— Tu esposa sí que es bonita — se acercó a mí su compañero, besándome el cuello. Me mantuve rígida.
— No los escuches, preciosa, no los escuches — rogó Daniel.
— Por favor no me hagan daño, estoy embarazada... — me atreví a decir.
— Oh, qué lindo. El monstruo embarazó a la princesa — dijo el payaso.
— ¿De qué carajo están hablando?
— Perdóname, mi amor. Oh dios, por favor perdóname Paula. Te amo.
— Tu esposo no es lo que tú crees, y hoy venimos a cobrar venganza. Daniel, Estefanía te manda saludos.

  El hombre con máscara de payaso apuntó un arma hacía mí, cerré los ojos, era mi fin. ¿Qué maldita culpa tenía Natalia de esto? Oí un disparo sin sentir nada. ¿Así era como debía sentirse? Abrí los párpados y observé a los dos hombres huyendo ante mi mirada de extrañeza...

  Daniel.

  Bajé la vista y noté el cuerpo de mi esposo en el suelo.
  Muerto.

Otro sueño en el balcón (Después de la tragedia)

Otra vez en este sueño. La escena es la misma, estoy en un balcón; debajo se oye el murmullo del agua. La luna me ve directamente al rostro, volviéndome pálida. La noche me comienza a envolver en un sempiterno espejismo. La única que cambió fui yo; mis mejillas están surcadas por lágrimas que de forma melancólica escapan de mis ojos. Lloro por un amor no olvidado, cargo un corazón agrietado. Lo peor de todo es que Nicolás ya no está conmigo, me encuentro sola. El eco de mis sollozos aterroriza, mis rodillas sangran. Gimo y suspiro buscando la paz que se me arrebató. Lo único que hallo es dolor, una agonía que me traga y después me vomita. Perdí todo cuando apenas lo había ganado. Huí aquí, pero me equivoqué creyendo que este sueño patético me iba a salvar.

  Nicolás me había abandonado, no había cumplido con su palabra.

  Escucho un pesado caminar aproximándose a mi persona. Con dificultad trato de abrir los ojos que acuosos me lo impiden. Asumo a parpadear un par de veces hasta que vislumbro a mi salvador.

— Creí que me habías dejado — Tartamudeo con alegría. Le transmito una ternura distorsionada a él, a Nicolás. 
— Quizás tarde, pero cumplí mi palabra. Aquí estoy para ti, para protegerte de la realidad.
— Lo sé — respondo.

  Un minuto.

  Me lanzo sobre él, apretándome contra su pecho. Vuelvo a mi agónica canción hecha de suspiros. Nicolás se mantiene en silencio, yo siento que las piezas de mi roto corazón se unen. Lo beso en la mejilla, él hace lo mismo. Me consuela quedamente. Lloro con exageración, grito. ¿Por qué? ¿Por qué?

  Termino de llorar, trato de calmarme pues Nicolás comienza a asustarse.
— ¿Qué ha pasado? — Pregunta con delicadeza.
— ¡Es él! — Sollozo — ¡Él y su recuerdo otra vez! — Lo vuelvo a abrazar casi asfixiándolo. — Su fantasma me persigue, ya no quiero quererlo más...
— ¿De quién hablas?
— De quien me ha roto el corazón.
— No llores más, pequeña mía. Eres una persona fuerte, pasará pronto.
— Todo el tiempo pienso en él — suspiro.
— No necesitas de él, no necesitas de nadie si eres capaz de romper esa coraza y vivir. Deja que el recuerdo muera. Yo te cuido, te protejo. — me besa en los labios, abatido.
— Eres la razón por la que aguanto el dolor, por ti soy capaz de fingir sonrisas frente a los demás.  — me recargo en su pecho y sonrío con sinceridad. Sé que con él a mi lado ahora no caeré. Lo amo.

  Acaricio la piel de mi acompañante y despierto...

jueves, 26 de junio de 2014

En medio del bosque

La muerte está detrás de mí, no me atrevo a voltear para confirmarlo pero la siento. Me acosa aprovechándose de mi soledad en este bosque colosal que oculta fantasmas y sombras. El bosque burlón protege sus horrores pero a mí me abandona. 

  Procuro no correr para no provocar más a la muerte, me gana la inseguridad. El aire frío congela mis labios, mi piel palidece, mi cabello despeinado se deja cubrir por el brillo de una luna gris. Una guitarra llora melodías dramáticas. Siento en carne viva el desazón de una decepción. Tú me enviaste aquí, me has matado, y aún así sigues dañándome.

  Por un momento la muerte se aleja regalándome un atisbo de alivio. Frente mío se lanza una luz que ciega. Me arrodillo sintiendo la humedad del suelo. Me dejo arrastrar por una fantasía que mezcla monstruos con imágenes de ti. Tus ojos profundos mares que en instantes se oscurecen. Tus labios divinos haciéndose arena. Tu cuerpo volviéndose piedra.

  Quiero dejar de necesitarte para enfrentarlo todo y escapar de aquí.

jueves, 19 de junio de 2014

Conversación de un sueño I

Abrí los ojos con ansia, supe casi de inmediato donde me encontraba. Estaba dentro del mismo sueño de todas mis noches. Un lugar al que muchas veces había acudido con desesperación. Como siempre, lucía una noche iluminada por las estrellas y la hermosa luna llena. Me encontraba en un balcón invadido por las hojas de los árboles. Estaba tan alto que me mareé.  Sentía que podía tocar el cielo.

  A escasos pasos de mí se encontraba un hombre de alta estatura, cabello rizado y con postura a la defensiva, era él. La persona que siempre aparecía. En mis sueños anteriores nunca estaba a mi alcance y por una extraña razón yo no daba los pasos necesarios para acercarme; temía molestarlo. Por eso en los sueños anteriores siempre me quedaba en mi sitio, observándolo mientras él dirigía su vista hacia el horizonte, como si yo no existiera.

  Pero esa noche era distinta, lo sentía. Sustraje valor de cada parte de mi cuerpo; tomando en cuenta que todo era parte de mi imaginación. Con una mano en el pecho me acerque a él y como pude llame su atención. Él estaba recargado en el balcón, repentinamente giró su vista hacia mi rostro. Trate de sonreírle pero mis labios se congelaron. Él me seguía mirando extrañado, esperando a que yo dijera una palabra. Como no lo hice se volvió y continuó mirando al horizonte, con indiferencia.

  Me tragué el miedo y con un suspiro lleve mi cuerpo hacia su lado, con la misma indiferencia me postré ahí. Lo imité colocando mi vista en la misma dirección en la que él veía. Después de varios minutos inhalé todo el aire que pude y comencé a hablar.

— Siempre estás aquí  Pronuncié angustiada sin voltearlo a ver. Él puso los ojos como platos y abrió la boca.
— Es el único lugar en el que puedo sentir que sigo siendo yo. — Tragó saliva.
 ¿A qué te refieres? ¡Si estás en mis sueños! Míos.  Me irrité.
— No comprendo nada de lo que dices. Ni siquiera sé quien eres tú. — Contestó.
— Mi nombre es Misery y todas las noches vengo aquí a observarte desde lejos.
— ¿En serio? Acosadora.
— Cállate — lo pellizqué. — No es a propósito. Inevitablemente al dormir acabo por soñarme aquí, contigo todo el tiempo.
 ¿Y por qué hasta ahora te acercaste a mí?  Dijo tratando de entender y rascándose la cabeza.
— Creo que tenía miedo, no de ti. Sino a tu reacción.
— Ah. Yo jamás te había visto — Entrecerró los ojos  No temas, no soy una mala persona. Suspiró.

  Esperé a que dijera algo más, pero se calló y durante un rato no dijo nada más. Yo estaba histérica, intrigada por preguntarle muchas cosas. Pero mi boca no decía nada, era como si alguien me dominara a mantener las palabras a raya.

— ¿Sabes? — Me asustó con su voz rasposa  Cuando vengo aquí me pongo a pensar en muchas cosas. Sobre mi vida, sobre mi familia y sobre mi carrera. Me siento satisfecho con lo que he cultivado y agradecido por lo que he cosechado. Pero hay algo, algo que falta. Como un vacío. ¿nunca te has sentido así?
— Humm  — Carraspeé  Muchas veces, como si todo lo que he hecho no fuera suficiente. No sé a que se deba, puede que ya haya perdido la cabeza.
— Claro  Sonrió — Me pasa igual. La gente me observa y me juzga diciendo cosas como: "¿Qué más puedes pedir? Tienes todo. Y las mujeres llueven a ti como miles de hojas en otoño. Tienes el dinero suficiente para mantenerte. Tu vida es perfecta". Bueno, tal vez soy un egoísta y deseo algo más que eso. Lo único que me llena temporalmente es componer música, supongo.
— No creo que seas egoísta  Acaricié su hombro  Yo creo que a todas las personas nos pasa alguna vez. Son momentos, pero pasará.
— Espero que tengas razón. ¿A ti qué te llevó hasta aquí?
 Eh  No sabía que responderle, la historia de mi vida era un poco complicada.  No encajo mucho con la gente. Soy introvertida, no confío en nadie.
— ¿Por qué confías en mi entonces? 
— No lo sé, debe ser porque no eres real — ironicé.
— Oh ¿sigues con la idea de que este es tu sueño? — Habló con un enojo fingido — Tú te metiste en él. Sin embargo me agradas.
— Tú me gustas — Repliqué secamente — Pero de lejos me parecía que eras frívolo y amargo.
— Ya he oído eso antes. Todo eso es solo una coraza. Cuido de mí— sonrió.

  Inspiré profundo y me quedé en silencio. Me sentía muy complacida por su compañía. Pero sentí una opresión en el pecho cuando recordé que este solo era un sueño más y que pronto despertaría, esfumándose todo en un instante.

— ¿Cómo te llamas? — pregunté.
— Soy Nicolás.
— Tienes un nombre precioso.
— Es el sueño más realista que he tenido en mi vida. ¿Es normal?  Preguntó sobresaltándome.
— No lo sé, a estas alturas ya no estoy segura si soy yo la que sueña. Pero es el sueño bizarro más lindo que he tenido  Lo volteé a ver con una amplia sonrisa y tomé su pálida mano, con timidez la acaricié. Demostrándole que podía confiar en mí. Él me aceptó amablemente.
— No quiero que esto termine  Me ruboricé.
Yo tampoco. Quisiera quedarme aquí para siempre, contigo.

  Continuamos disfrutando de ese sueño, con una luna y unas estrellas eternas. Todo era demasiado real; podía oír la melodía que los grillos formaban, la calmada respiración del hombre que se encontraba justo a mí lado, y la sensación de desmayo cuando su piel rozaba la mía. Él era bellísimo. Lo abracé con fuerza y él correspondió mi abrazo. Mis mejillas ardían, sabía que mi sueño estaba por finalizar. Con ese abrazo me sentí igual que una pequeña niña, por primera vez sentí que los pedazos de mi corazón se unían.

— Tengo que irme ya — Dijo y me soltó, regalándome otro beso.
— ¿Te volveré a ver?  Pregunté preocupada.
— Siempre podrás encontrarme aquí.

  Se alejó, quise correr y retenerlo pero mis pies no me respondían. Intenté gritarle pero de mi garganta no salía sonido alguno, traté de alzar los brazos pero estos tampoco me respondían. Mi vista se nubló. Apreté los párpados y un minuto después logré abrirlos.

viernes, 13 de junio de 2014

Cuatro años hacia delante FINAL.

Versión Ella

Pronto, Ella; llegarás. Vas a alcanzarlo y te sentirás como una estúpida por las ideas vagas que cruzaron por tu cabeza. Lo besarás y juntos reirán por su melodramática historia. No pasa nada, no pasa nada. Me repetí lo mismo hasta hartarme, hasta que finalmente pudimos escapar del tumulto. Phany iba detrás de mí, escuché que me gritaba, pero por alguna razón extraña no llegaba a comprender lo que sus labios me decían. Yo no estaba donde ella, yo estaba con Ian. Mi mente, mi espíritu, mi corazón; estaban con él.

— ¡Ella espérame! ¿Adónde piensas ir si la única que te puede guiar con él soy yo? — me sonrió.
— No podemos perder más el tiempo… — dije tratando de no llorar. — Por favor llévame con él. Tengo una corazonada, un mal augurio. Siento un nudo en la garganta que por más que lucho no puedo deshacer.
— Vamos — asintió dirigiéndose a un taxi. La seguí de inmediato. Le indicó la dirección al taxista y el respondió con un gesto de mano.

Parecía que mis pies se controlaban solos, me traicionaban moviéndose al ritmo de la mala música del automóvil.  Caí en la mala costumbre de morderme los labios hasta que sentí el sabor salado de mi sangre. Intentaba convencerme de que mi paranoia no era más que un efecto de la sugestión por el relato de Phany, pero mi corazón me gritaba angustiado que debía correr antes de que Ian hiciera algo malo. 


Por fin llegamos, Ian vivía en el último piso de un imponente edificio. Debo decir que el lugar no era muy bonito, me resultaba hostil; frío. Impaciente seguí a Phany hacia donde ella me indicaba.

— ¿Por qué tienes sus llaves? — inquirí
— Espero que no empieces a pensar mal ahora mismo — bufó—  las tengo y ya. Ian es mi mejor amigo, y vengo cada vez que necesita con quien charlar.
— Ok.

Al llegar a la puerta mi corazón palpitó tan frenéticamente que sentí miedo. La vista se me volvió borrosa. Por favor no te desmayes ahora, pensé.  Phany me miró y me abrazó para infundirme valor. Colocó la llave, la hizo girar e inmediatamente la puerta cedió. Desde fuera todo se veía oscuro, demasiado silencioso.

— ¿Ian? — Phany buscó la respuesta de su amigo. Nada. Ni un sonido. — Ian ¿estás en casa?

Encendí las luces y entré sin el menor respeto. El lugar era un desastre, veía cuadros rotos, botellas de licor vacías y abandonadas bajo los sillones. Una taza de café frío, comida invadida por un nauseabundo olor a podrido, pinceles y hojas arrugadas.

— ¡Ian! ¿Qué demonios…? ¡Dios mío! — gritó Phany de pronto, causándome escalofríos. Me dirigí hacia donde estaba ella.

Tenía una cara de estupefacción y moví mis ojos hacia donde estaba mirando. Lo que hallé me provocó ganas de salir corriendo. Ian estaba en el balcón, mantenía sus ojos cerrados. Su ropa estaba malgastada y rota, mantenía una postura extraña. A su lado había dos cajas de cigarros vacías, cenizas regadas y una botella. Podía decir sin temor a errar, que llevaba así unos cuantos días.

— Vete — susurró Ian — por favor no intentes detenerme.
— Ian, vamos — sollozó Phany — alguien quiere verte.
— No des un paso más, Phany.
— Ian, mi amor; estoy aquí. Todo va a estar bien a partir de ahora. — rompí la distancia acariciando su hombro. Él se estremeció y tuve pánico de que cayera por ello. Abrió los ojos con suavidad, volteó hacia mí. Se irguió y me atacó con su mirada oscura, escudriñándome.  Le sonreí sintiendo lágrimas calientes caer de mis ojos.
— ¿De verdad pensabas dejarme sola? — le dije con voz queda. — ¿En serio planeabas que yo viviera en un mundo en el que no existes?
— Ella… ¿de verdad eres tú? ¿O es otro de mis inestables sueños? No me hagas más daño, por favor, ya no mientas… — se agachó con decepción causándome ternura y una sensación de opresión en el pecho.
— No creo que tus sueños sean tan vívidos como esto — solté y me acerqué a sus labios.

Lo besé con furia. Al principio no me correspondió, pero después me tomó de la cintura. Como pude lo arrastré lejos del balcón y seguí besándolo.  Mis lágrimas se mezclaron con las suyas mientras su lengua traviesa jugaba con la mía. Acarició mi espalda, aspiró del perfume de mi cabello, hasta que sentí su sonrisa en nuestro interminable beso. Me separé de él para mirarlo.

— Soy yo, mi amor. Soy Ella, estoy aquí contigo — pronuncié sosteniendo su rostro entre mis manos.
— Dime lo que quiero escuchar  — rogó.
— Te amo, Ian. Te amo, mi vida, mi cariño. Siempre te he amado y nunca dejaré de hacerlo.
— Repítelo.
— Te amo, corazón mío.
— Mi Ella — me dio un corto beso — nunca dijiste te amo en ninguno de mis sueños — reímos.
— ¿Tú me amas? ¿Lograrás perdonarme?
— Perdóname tú a mí por no haberte dicho lo que estaba pasando a tiempo. Por no confiar en ti por el irónico miedo de que no confiaras en mí. Y Ella, tu pregunta es muy tonta; te amo, siempre lo has sabido.
— Eres el amor de mi vida. — sonreí deleitándome otra vez con la suavidad de sus labios.

Después de un largo rato de besos, nos dimos cuenta de que Phany se había ido. Ian aceptó darse una ducha después de mis largas insistencias, prometiéndole que no me iría. Mientras él lo hacía yo me dediqué a limpiar el desastre que había hecho de su hogar. Me juré que lo obligaría a dejar el cigarro de una buena vez.

— Ya no tengas asco de besarme — me interrumpió Ian — estoy como nuevo.
— Idiota — me acerqué a él y lo abracé. Después de un largo minuto, me animé a decirle: — ¿De verdad ibas a suicidarte?
— Sí…
— Nunca vuelvas a asustarme así — instintivamente lo abracé con más fuerza.
— ¿Prometes estar conmigo para siempre?
— Lo prometo — sonreí.
— Jamás volveré a hacerlo — me tranquilizó. — Eres mi antidepresivo.
— ¿Se supone que debo sentirme bien por eso? — lo pellizqué.
— Pues sí, supongo.
Lo volví a mirar al rostro, perdiéndome un rato en sus facciones; hasta dirigirme a sus ojos.
— Tus ojos son el universo — declaré. — no comprendo cómo hice para vivir cuatro años sin ellos.
— El universo casi se desvanece sin ti.
— Pero estamos aquí — me alegré.
— Para siempre, princesa.  Nuestro amor es infinito.
— Como el universo que te habita.
— Te amo.
— Yo te amo más.


— Mi amor, ¿cómo fue que ocurrió este milagro? — me preguntó Ian después de que terminamos de ordenar.
— ¿Qué milagro?
— Estaba seguro de que jamás iba a convencerte, que me habías olvidado y estabas enamorada de Eduardo. Sin embargo abrí los ojos y apareciste diciendo que me amas, ¡y acompañada con Phany!
— Es extraño — me reí. — es decir, cómo sucedieron las cosas. Pareciera que dios o lo que sea, así lo quería. Estábamos a punto de irnos lejos, cuando Phany apareció en la puerta de la casa de Eduardo. Al principio ya te imaginarás cómo me puse, pero después accedí a hablar con ella. Mi terquedad al fin desapareció y me dejé guiar por mi corazón, quien me decía que tú jamás habrías sido capaz de engañarme, pues me amabas.
— Eres hermosa — dijo —eres la mujer más hermosa de este y de todos los universos habidos.
— Te amo tonto — me sonrojé — lo que me sorprende es el cambio radical de Phany. Nunca creí que ella sería capaz de hacer esto por nosotros.
— Como ser humano se equivocó, lo importante es que se dio cuenta y no causó aún más daño. Es una excelente amiga.
— ¿Me quieres poner celosa? — me irrité.
— Sí — dijo cínico y me besó — Niña torpe, eres la única dueña de mi corazón y de mi cuerpo.
— ¿Ah sí? — respondí coqueta.

Ian volvió a besarme apartando con cuidado el cabello que caía sobre mi rostro. Me observó con dulzura para después tomarme de la mano y guiarme hasta su habitación. Mi cuerpo empezó a temblar de ansias, de timidez, y de un infinito deseo.  Por fin estaba en casa, después de tanto dolor había llegado mi felicidad. Repito, estaba en mi hogar; Ian. No importaba en qué lugar estuviera si él estaba conmigo. Si él me amaba yo era capaz de vencer cada batalla que la vida me daba. Mi existencia por fin formaba una razón.

Me recosté en la cama dejando que Ian se acomodara con suavidad sobre mí, me regaló húmedos besos en mis mejillas, en mi frente, en mi nariz, y finalmente en mi boca. Se detuvo ahí por un largo tiempo, saboreé con mi lengua la forma de sus labios, cerré mis ojos en aquella mágica unión. Sus besos lo eran todo. Lentamente liberó mi boca para atacar mi cuello, le respondí con hondos suspiros indicándole lo bien que me estaba haciendo sentir. Desabotonó con gracia mi blusa gris, yo terminé de quitármela atenta a la mirada de mi novio. Me sonrió hipnotizado, colmándome de su amor. Acarició con ambas manos mi cintura, recorriéndola con éxtasis. Me despojó de mi sostén azul admirándome.

— No los veas así — sonreí tapándome.
— Eres un ángel, Ella. — respondió retirándome las manos. Recorrió el contorno de mis senos y volví a recostarme. Cerré los ojos disfrutando del contacto, notando como formaba círculos en mis pezones al mismo tiempo que los besaba.

No soporté más y solté un gemido. Me enganché a su espalda mientras el tocaba cada esquina de mi cuerpo. Excitada le quité la camisa, ahora era mi turno de embelesarme con su hermosura. Ian no parecía humano, no sabía si mi corazón iba ser capaz de aguantar tanto amor. Él me quitó el pantalón y se quitó el suyo. Intentó deshacerse de mi ropa interior con los dientes, en vano.

— Esto es más difícil de lo que pensé — susurró enojado.
— Tendrás que hacerlo de la manera tradicional — dije soltando una carcajada.

Con sus manos varoniles me quitó la ropa interior, después liberó su miembro con alivio. Lo miré y sonreí con mis lágrimas encharcándome el rostro.

— Mi amor, ¿qué pasa? ¿Me detengo? — preguntó preocupado.
— No— negué rápidamente. — Me parece un sueño que finalmente estemos aquí. No  hay nada que más desee que sentirte dentro mío otra vez.
— Te amo, Ella.
— Y yo te amo a ti, Ian.

Él se acomodó entre mis piernas, tocó con suavidad la humedad de mi sexo, yo me arqueé de placer. Poco a poco entró en mí, obsequiándome quedos gemidos. De mí no puedo decir lo mismo, pues empecé a gritar extasiada. Repetí su nombre mientras él aceleraba el ritmo. En medio de gritos, nuestros nombres y nuestro sudor mezclado; alcanzamos el orgasmo.


Amanecí envuelta entre sus brazos. Era suya, él era mío. ¿Existía mayor dicha que aquello? Me dediqué varios minutos a observarlo dormido, me fascinaba su respiración acompasada, de quien está relajado por completo, en paz. Con la yema de un dedo masajeé sus mejillas, toqué sus labios. No pude resistir y lo besé. Como era de esperarse, se despertó.

— Buenos días, mi vida — dijo adormilado.
— Buenos días, dormilón.
— ¿Cuánto llevas despierta? Se supone que debo llevarte el desayuno a la cama — fingió desconsuelo.
— Solo unos cuantos minutos — reí — estás a tiempo. Anda, levántate.
— ¿Es trampa ordenar comida china?
— Sí.
— Compadécete de mí, ayer acabaste conmigo — rogó.
— ¿Será? No es así como debe ser.
— Te lo compensaré.
— De acuerdo — acepté besándolo con picardía.

Ian tomó el teléfono y ordenó la comida. Nos sentamos a esperar.
— Ian…
— Dime, princesa.
— Les prometí a los chicos volver…
— ¿Solo viniste a ilusionarme y después dejarme?
— ¡No tonto! Pero no sé qué hacer, hice una promesa.
— Pues vete — soltó en seco dándome la espalda. Me asusté, no podía dar crédito a lo que estaba escuchando.
— ¡Eres un patán! — grité colérica.

Me vestí rápidamente y decidí irme del departamento propinando una buena patada a la puerta. Ian me jaló del brazo deteniendo mi plan.

— Suéltame — lloré.
— Eres una niña muy torpe — sonrió.
— Déjame en paz, ¿no era esto lo que querías?
— Mi amor, ¿crees en verdad que soy tan estúpido para dejarte ir después de todo lo que pasó? Te amo, Ella. Y tengo algo para ti.
— ¿Solo bromeabas? — sollocé.
— ¿Me perdonas? — Puso una cara que no pude resistir.
— Ok. ¿Qué tienes para mí? — lo abracé.

Se dirigió a su habitación. Sonó el timbre y yo fui a recibir la comida. Al ingresar de vuelta al departamento, Ian me miraba. Dejé la comida sobre la mesa y me acerqué a él. Tomó mis manos mirándome a los ojos. Me dijo que me amaba, repitió lo importante que yo era en su vida.

— He estado esperando cuatro años para este momento tan cliché — dijo agachándose. Abrí los ojos sorprendida, sabía lo que estaba por decir. Sofoqué un grito.
— Ella, ¿te casas conmigo?
— Yo… uh, oh dios… — derramé lágrimas nuevamente, pero ahora de alegría.
— Solo di que sí
— Sí, ¡sí sí sí!

Ian se rió de mí, abrió la caja aterciopelada que tenía sobre su mano y de ella sacó un flamante y hermoso anillo. Lo colocó en mi dedo. Se levantó y me besó, llenándome de nuevo de su exquisito néctar.

— Nos casaremos después de tus viajes. Bueno… de nuestros viajes.
— ¿Irás con nosotros? — grité dando un salto.
— Iré siempre a donde tú vayas, y seré feliz con lo que a ti te haga feliz. — respondió.
— No sabes cuánto te amo, Ian.
— Nunca más que yo.

Nos dirigimos de vuelta a hacer el amor; a colmarnos de nuestros cuerpos, a vencer el dolor de cuatro años atrás, para retomar el camino de nuestro amor. Reunimos los pedazos de nuestros corazones para devolvernos la fe.

FIN.

lunes, 2 de junio de 2014

Imposible ausencia (Guión)

La joven Ausencia se encontraba agitada, apenas llegó a su inesperado testino. (Se escuchan las voces del gentío de fondo).

— Hola, buenas tardes — Saludó Ausencia al cuidador de la entrada. (Le saluda con una voz chillona y agitada)
— Buenas tardes, soy Caronte. ¿En qué puedo ayudarle? — respondió él. (Con voz ruda, tonalidad de fastidio o de aburrimiento)
— ¡Necesito pasar al otro lado! — gritó Ausencia de pronto. (Desesperación y angustia plasmadas en su voz. Bufido de Caronte)
— Su nombre, por favor — pidió Caronte.
— Soy Ausencia. (Se escucha el carraspeo de Caronte y el sonido de papeles siendo manipulados)
— Lo siento, su nombre no está en la lista.
— ¡Eso no puede ser! ¡Tengo que estar en esa lista! — gritó Ausencia con quejidos de frustración. (Su voz se vuelve a acelerar, se escucha un golpe seco)
— Solo cumplo con las reglas, y si su nombre no está en la lista, no podrá pasar al otro lado. — respondió Caronte de manera tajante.
— Tengo que cruzar, he hecho algo muy malo y debo escapar. (Ausencia comienza a llorar muy sonoramente)
— Señorita, le he dicho que no puedo hacer nada, de verdad. (La voz de Caronte se suaviza)
— Voy a cruzar aunque no me lo permita (la voz de Ausencia baja de tono)
— ¡Señorita Ausencia! ¡No haga eso! ¡Deje de hacerse daño! — gritó Caronte. (De fondo se oye un chirrido extraño.
— Voy a cruzar, voy a cruzar, voy a cruzar al más allá — finalizó Ausencia. (Su voz se vuelve frenética, ella se desploma) 
Ausencia cruza al otro lado.