viernes, 13 de junio de 2014

Cuatro años hacia delante FINAL.

Versión Ella

Pronto, Ella; llegarás. Vas a alcanzarlo y te sentirás como una estúpida por las ideas vagas que cruzaron por tu cabeza. Lo besarás y juntos reirán por su melodramática historia. No pasa nada, no pasa nada. Me repetí lo mismo hasta hartarme, hasta que finalmente pudimos escapar del tumulto. Phany iba detrás de mí, escuché que me gritaba, pero por alguna razón extraña no llegaba a comprender lo que sus labios me decían. Yo no estaba donde ella, yo estaba con Ian. Mi mente, mi espíritu, mi corazón; estaban con él.

— ¡Ella espérame! ¿Adónde piensas ir si la única que te puede guiar con él soy yo? — me sonrió.
— No podemos perder más el tiempo… — dije tratando de no llorar. — Por favor llévame con él. Tengo una corazonada, un mal augurio. Siento un nudo en la garganta que por más que lucho no puedo deshacer.
— Vamos — asintió dirigiéndose a un taxi. La seguí de inmediato. Le indicó la dirección al taxista y el respondió con un gesto de mano.

Parecía que mis pies se controlaban solos, me traicionaban moviéndose al ritmo de la mala música del automóvil.  Caí en la mala costumbre de morderme los labios hasta que sentí el sabor salado de mi sangre. Intentaba convencerme de que mi paranoia no era más que un efecto de la sugestión por el relato de Phany, pero mi corazón me gritaba angustiado que debía correr antes de que Ian hiciera algo malo. 


Por fin llegamos, Ian vivía en el último piso de un imponente edificio. Debo decir que el lugar no era muy bonito, me resultaba hostil; frío. Impaciente seguí a Phany hacia donde ella me indicaba.

— ¿Por qué tienes sus llaves? — inquirí
— Espero que no empieces a pensar mal ahora mismo — bufó—  las tengo y ya. Ian es mi mejor amigo, y vengo cada vez que necesita con quien charlar.
— Ok.

Al llegar a la puerta mi corazón palpitó tan frenéticamente que sentí miedo. La vista se me volvió borrosa. Por favor no te desmayes ahora, pensé.  Phany me miró y me abrazó para infundirme valor. Colocó la llave, la hizo girar e inmediatamente la puerta cedió. Desde fuera todo se veía oscuro, demasiado silencioso.

— ¿Ian? — Phany buscó la respuesta de su amigo. Nada. Ni un sonido. — Ian ¿estás en casa?

Encendí las luces y entré sin el menor respeto. El lugar era un desastre, veía cuadros rotos, botellas de licor vacías y abandonadas bajo los sillones. Una taza de café frío, comida invadida por un nauseabundo olor a podrido, pinceles y hojas arrugadas.

— ¡Ian! ¿Qué demonios…? ¡Dios mío! — gritó Phany de pronto, causándome escalofríos. Me dirigí hacia donde estaba ella.

Tenía una cara de estupefacción y moví mis ojos hacia donde estaba mirando. Lo que hallé me provocó ganas de salir corriendo. Ian estaba en el balcón, mantenía sus ojos cerrados. Su ropa estaba malgastada y rota, mantenía una postura extraña. A su lado había dos cajas de cigarros vacías, cenizas regadas y una botella. Podía decir sin temor a errar, que llevaba así unos cuantos días.

— Vete — susurró Ian — por favor no intentes detenerme.
— Ian, vamos — sollozó Phany — alguien quiere verte.
— No des un paso más, Phany.
— Ian, mi amor; estoy aquí. Todo va a estar bien a partir de ahora. — rompí la distancia acariciando su hombro. Él se estremeció y tuve pánico de que cayera por ello. Abrió los ojos con suavidad, volteó hacia mí. Se irguió y me atacó con su mirada oscura, escudriñándome.  Le sonreí sintiendo lágrimas calientes caer de mis ojos.
— ¿De verdad pensabas dejarme sola? — le dije con voz queda. — ¿En serio planeabas que yo viviera en un mundo en el que no existes?
— Ella… ¿de verdad eres tú? ¿O es otro de mis inestables sueños? No me hagas más daño, por favor, ya no mientas… — se agachó con decepción causándome ternura y una sensación de opresión en el pecho.
— No creo que tus sueños sean tan vívidos como esto — solté y me acerqué a sus labios.

Lo besé con furia. Al principio no me correspondió, pero después me tomó de la cintura. Como pude lo arrastré lejos del balcón y seguí besándolo.  Mis lágrimas se mezclaron con las suyas mientras su lengua traviesa jugaba con la mía. Acarició mi espalda, aspiró del perfume de mi cabello, hasta que sentí su sonrisa en nuestro interminable beso. Me separé de él para mirarlo.

— Soy yo, mi amor. Soy Ella, estoy aquí contigo — pronuncié sosteniendo su rostro entre mis manos.
— Dime lo que quiero escuchar  — rogó.
— Te amo, Ian. Te amo, mi vida, mi cariño. Siempre te he amado y nunca dejaré de hacerlo.
— Repítelo.
— Te amo, corazón mío.
— Mi Ella — me dio un corto beso — nunca dijiste te amo en ninguno de mis sueños — reímos.
— ¿Tú me amas? ¿Lograrás perdonarme?
— Perdóname tú a mí por no haberte dicho lo que estaba pasando a tiempo. Por no confiar en ti por el irónico miedo de que no confiaras en mí. Y Ella, tu pregunta es muy tonta; te amo, siempre lo has sabido.
— Eres el amor de mi vida. — sonreí deleitándome otra vez con la suavidad de sus labios.

Después de un largo rato de besos, nos dimos cuenta de que Phany se había ido. Ian aceptó darse una ducha después de mis largas insistencias, prometiéndole que no me iría. Mientras él lo hacía yo me dediqué a limpiar el desastre que había hecho de su hogar. Me juré que lo obligaría a dejar el cigarro de una buena vez.

— Ya no tengas asco de besarme — me interrumpió Ian — estoy como nuevo.
— Idiota — me acerqué a él y lo abracé. Después de un largo minuto, me animé a decirle: — ¿De verdad ibas a suicidarte?
— Sí…
— Nunca vuelvas a asustarme así — instintivamente lo abracé con más fuerza.
— ¿Prometes estar conmigo para siempre?
— Lo prometo — sonreí.
— Jamás volveré a hacerlo — me tranquilizó. — Eres mi antidepresivo.
— ¿Se supone que debo sentirme bien por eso? — lo pellizqué.
— Pues sí, supongo.
Lo volví a mirar al rostro, perdiéndome un rato en sus facciones; hasta dirigirme a sus ojos.
— Tus ojos son el universo — declaré. — no comprendo cómo hice para vivir cuatro años sin ellos.
— El universo casi se desvanece sin ti.
— Pero estamos aquí — me alegré.
— Para siempre, princesa.  Nuestro amor es infinito.
— Como el universo que te habita.
— Te amo.
— Yo te amo más.


— Mi amor, ¿cómo fue que ocurrió este milagro? — me preguntó Ian después de que terminamos de ordenar.
— ¿Qué milagro?
— Estaba seguro de que jamás iba a convencerte, que me habías olvidado y estabas enamorada de Eduardo. Sin embargo abrí los ojos y apareciste diciendo que me amas, ¡y acompañada con Phany!
— Es extraño — me reí. — es decir, cómo sucedieron las cosas. Pareciera que dios o lo que sea, así lo quería. Estábamos a punto de irnos lejos, cuando Phany apareció en la puerta de la casa de Eduardo. Al principio ya te imaginarás cómo me puse, pero después accedí a hablar con ella. Mi terquedad al fin desapareció y me dejé guiar por mi corazón, quien me decía que tú jamás habrías sido capaz de engañarme, pues me amabas.
— Eres hermosa — dijo —eres la mujer más hermosa de este y de todos los universos habidos.
— Te amo tonto — me sonrojé — lo que me sorprende es el cambio radical de Phany. Nunca creí que ella sería capaz de hacer esto por nosotros.
— Como ser humano se equivocó, lo importante es que se dio cuenta y no causó aún más daño. Es una excelente amiga.
— ¿Me quieres poner celosa? — me irrité.
— Sí — dijo cínico y me besó — Niña torpe, eres la única dueña de mi corazón y de mi cuerpo.
— ¿Ah sí? — respondí coqueta.

Ian volvió a besarme apartando con cuidado el cabello que caía sobre mi rostro. Me observó con dulzura para después tomarme de la mano y guiarme hasta su habitación. Mi cuerpo empezó a temblar de ansias, de timidez, y de un infinito deseo.  Por fin estaba en casa, después de tanto dolor había llegado mi felicidad. Repito, estaba en mi hogar; Ian. No importaba en qué lugar estuviera si él estaba conmigo. Si él me amaba yo era capaz de vencer cada batalla que la vida me daba. Mi existencia por fin formaba una razón.

Me recosté en la cama dejando que Ian se acomodara con suavidad sobre mí, me regaló húmedos besos en mis mejillas, en mi frente, en mi nariz, y finalmente en mi boca. Se detuvo ahí por un largo tiempo, saboreé con mi lengua la forma de sus labios, cerré mis ojos en aquella mágica unión. Sus besos lo eran todo. Lentamente liberó mi boca para atacar mi cuello, le respondí con hondos suspiros indicándole lo bien que me estaba haciendo sentir. Desabotonó con gracia mi blusa gris, yo terminé de quitármela atenta a la mirada de mi novio. Me sonrió hipnotizado, colmándome de su amor. Acarició con ambas manos mi cintura, recorriéndola con éxtasis. Me despojó de mi sostén azul admirándome.

— No los veas así — sonreí tapándome.
— Eres un ángel, Ella. — respondió retirándome las manos. Recorrió el contorno de mis senos y volví a recostarme. Cerré los ojos disfrutando del contacto, notando como formaba círculos en mis pezones al mismo tiempo que los besaba.

No soporté más y solté un gemido. Me enganché a su espalda mientras el tocaba cada esquina de mi cuerpo. Excitada le quité la camisa, ahora era mi turno de embelesarme con su hermosura. Ian no parecía humano, no sabía si mi corazón iba ser capaz de aguantar tanto amor. Él me quitó el pantalón y se quitó el suyo. Intentó deshacerse de mi ropa interior con los dientes, en vano.

— Esto es más difícil de lo que pensé — susurró enojado.
— Tendrás que hacerlo de la manera tradicional — dije soltando una carcajada.

Con sus manos varoniles me quitó la ropa interior, después liberó su miembro con alivio. Lo miré y sonreí con mis lágrimas encharcándome el rostro.

— Mi amor, ¿qué pasa? ¿Me detengo? — preguntó preocupado.
— No— negué rápidamente. — Me parece un sueño que finalmente estemos aquí. No  hay nada que más desee que sentirte dentro mío otra vez.
— Te amo, Ella.
— Y yo te amo a ti, Ian.

Él se acomodó entre mis piernas, tocó con suavidad la humedad de mi sexo, yo me arqueé de placer. Poco a poco entró en mí, obsequiándome quedos gemidos. De mí no puedo decir lo mismo, pues empecé a gritar extasiada. Repetí su nombre mientras él aceleraba el ritmo. En medio de gritos, nuestros nombres y nuestro sudor mezclado; alcanzamos el orgasmo.


Amanecí envuelta entre sus brazos. Era suya, él era mío. ¿Existía mayor dicha que aquello? Me dediqué varios minutos a observarlo dormido, me fascinaba su respiración acompasada, de quien está relajado por completo, en paz. Con la yema de un dedo masajeé sus mejillas, toqué sus labios. No pude resistir y lo besé. Como era de esperarse, se despertó.

— Buenos días, mi vida — dijo adormilado.
— Buenos días, dormilón.
— ¿Cuánto llevas despierta? Se supone que debo llevarte el desayuno a la cama — fingió desconsuelo.
— Solo unos cuantos minutos — reí — estás a tiempo. Anda, levántate.
— ¿Es trampa ordenar comida china?
— Sí.
— Compadécete de mí, ayer acabaste conmigo — rogó.
— ¿Será? No es así como debe ser.
— Te lo compensaré.
— De acuerdo — acepté besándolo con picardía.

Ian tomó el teléfono y ordenó la comida. Nos sentamos a esperar.
— Ian…
— Dime, princesa.
— Les prometí a los chicos volver…
— ¿Solo viniste a ilusionarme y después dejarme?
— ¡No tonto! Pero no sé qué hacer, hice una promesa.
— Pues vete — soltó en seco dándome la espalda. Me asusté, no podía dar crédito a lo que estaba escuchando.
— ¡Eres un patán! — grité colérica.

Me vestí rápidamente y decidí irme del departamento propinando una buena patada a la puerta. Ian me jaló del brazo deteniendo mi plan.

— Suéltame — lloré.
— Eres una niña muy torpe — sonrió.
— Déjame en paz, ¿no era esto lo que querías?
— Mi amor, ¿crees en verdad que soy tan estúpido para dejarte ir después de todo lo que pasó? Te amo, Ella. Y tengo algo para ti.
— ¿Solo bromeabas? — sollocé.
— ¿Me perdonas? — Puso una cara que no pude resistir.
— Ok. ¿Qué tienes para mí? — lo abracé.

Se dirigió a su habitación. Sonó el timbre y yo fui a recibir la comida. Al ingresar de vuelta al departamento, Ian me miraba. Dejé la comida sobre la mesa y me acerqué a él. Tomó mis manos mirándome a los ojos. Me dijo que me amaba, repitió lo importante que yo era en su vida.

— He estado esperando cuatro años para este momento tan cliché — dijo agachándose. Abrí los ojos sorprendida, sabía lo que estaba por decir. Sofoqué un grito.
— Ella, ¿te casas conmigo?
— Yo… uh, oh dios… — derramé lágrimas nuevamente, pero ahora de alegría.
— Solo di que sí
— Sí, ¡sí sí sí!

Ian se rió de mí, abrió la caja aterciopelada que tenía sobre su mano y de ella sacó un flamante y hermoso anillo. Lo colocó en mi dedo. Se levantó y me besó, llenándome de nuevo de su exquisito néctar.

— Nos casaremos después de tus viajes. Bueno… de nuestros viajes.
— ¿Irás con nosotros? — grité dando un salto.
— Iré siempre a donde tú vayas, y seré feliz con lo que a ti te haga feliz. — respondió.
— No sabes cuánto te amo, Ian.
— Nunca más que yo.

Nos dirigimos de vuelta a hacer el amor; a colmarnos de nuestros cuerpos, a vencer el dolor de cuatro años atrás, para retomar el camino de nuestro amor. Reunimos los pedazos de nuestros corazones para devolvernos la fe.

FIN.

No hay comentarios:

Publicar un comentario