sábado, 23 de agosto de 2014

Trastorno obsesivo-compulsivo

El horario que me he impuesto es estricto. Si no despierto a la hora acordada, el cuerpo me tiembla. No sé quién movió mi libro favorito, pero creo que no podré sentirme tranquila hasta no volver a colocarlo a mi gusto. Mis procesos son exactos, y mi hermano se exaspera a cada momento. Al abrir los ojos debo levantarme de la cama del modo adecuado, lavo mis manos durante diez minutos sin parar, me adentro a la regadera y no la abandono hasta que pueda volver a sentirme cómoda en mí. Sé cuando alguien ha tocado lo que me pertenece; enfurezco. La paranoia me hace frotarme los labios con la mano hasta lacerar. Tengo que revisar dos veces si ordené la ropa en las reparticiones impuestas, después de un largo rato sigo pensando en ello. Es un horror bajar a la cocina para darme cuenta de que lo han arruinado todo: la mesa está sucia, los platos regados incluso de forma aberrante en el suelo. Veo polvo, mucho polvo. No puedo irme de casa, no puedo, hasta que las cosas regresen a su lugar.

  Nunca olvido comprobar si las puertas y las ventanas están cerradas al ir a dormir. Si no hago las cosas por mi cuenta, el mundo se me caerá a pedazos. Otra vez movieron los muebles, las cosas no están alineadas. Todo tiene que verse perfecto, todo debe estar bien nuevamente.

  Asquea la comida pensando en las manos en las que pudiese haber pasado por error, náuseas dan los utensilios si antes no los limpié yo. No estoy loca, no estoy loca, ¿cerré la puerta? ¿Organicé las cosas? ¿Organicé mi vida? No estoy loca, los demás sí lo están.

  Lo están.

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