lunes, 25 de agosto de 2014

El final de la botella.

Una noche más aquí, a esta profunda y húmeda cueva atestada de lágrimas y maltrechos trozos de alegría. Las letras se aglomeran y se hieren unas a otras. Las visiones del ayer incendian en su más ingrata expresión. Respirar lastima, la reminiscencia llega a atacarme, me aclama que soy su víctima preferida.

  Alcohol, que me consuelas aún cuando me condenas; me acompañas a otra noche de vigilia. Vienes a transformarme con tu maldito beso con sabor a amargura. Te burlas de mí seduciéndome a caer. Calmas las heridas, las adormeces; haces desaparecer la realidad. Al día siguiente sé que escaparás para abandonarme al mundo que debo enfrentar. Al mundo que perdió la fe en mí, al mundo que no es capaz de volver a tomar en serio mis juramentos, al mundo que me regaló la imagen de su rechazo. Sé que volverás, embriaguez. Finges olvidarme pero no eres capaz de estar sin las energías que protegen mi cuerpo. Eres el espectro más temido, ¿por qué después no puedo recordar nada? No eres yo. No eres…

Al alcanzar la cúspide por fin llega el remordimiento. Abrazo mis rodillas y me odio por no ser capaz de enfrentar nada, por haber sido vencida tan sencillamente. No entiendo en sequedad como soy capaz de destruirme sola a base de cigarros, botellas, pastillas y falta de alimento. Pero cuando el demonio vuelve, lo sé, todo se ilumina: el final de la botella me lo dice.


Ruedan los dados, cubiletes, risas,
Mil sabandijas hacen un ebrio,
Miles de risas no te quitan la pena.

Al salir
Veo a mi sombra tambaleando
Como ninguna (Gozando como ninguna, el mortífero placer)

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