jueves, 22 de octubre de 2015

Huesos fríos

No es que no sepa quién soy, es que ni siquiera sé qué soy.
No es que me duela la vida, porque no soy capaz de sentir nada y ahora no entiendo qué es peor.
El infierno del vacío no quema, hiela.

Y apenas una chispa de fe me mueve, abro los ojos.
Aunque las siestas me parecen más placenteras que el tener que rozar el suelo con mis pies, incluso más que el olor de las cosas viejas, o el sabor del café en un día nublado.
Largos días, eternas horas que los sueños saben volver veloces.

Alguien me grita, pero no puedo entender lo que dice...
Alguien me toca, pero tampoco puedo sentirlo,
alguien sufre y me resulta cruelmente indiferente.

Quiero huir, y en cualquier parte me siento encerrada.
Todo en el mundo se ha hecho celda.
Gris, oh gris.

Apenas la pasión de las letras me salvan,
o mejor decir que me mantienen sostenida al borde de la nada.
Besos, digo de grietas; abrazos, digo de las horas en la regadera planeando el horror de los demás. Ayúdame, gran inexistencia. Ayúdame, porque me ahogo y no hiere, no asusta.

A veces recupero razón y la habilidad de acelerarme,
tiempo demasiado pequeño, tiempo ingrato...
Soy la buscadora de esperanzas a trozos, esperanzas mediocres.
No mereces estar aquí.

Tengo miedo de no volver a funcionar jamás,
de anclarme a esta amargura alimentada de vacíos y ansiolíticos.
A este gris de sonrisas engañosas y de huesos fríos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario