lunes, 18 de noviembre de 2019

Enterrada bajo sus piedras

Sinceramente sé que no hay sentido, escribir sobre ti una y mil veces más durante quién sabe cuánto tiempo más. Pensar en necesitarte y no poder hacer más que esperar a que la nostalgia se acabe, a que los recuerdos se pierdan en mi memoria, a forjar sentimientos por alguien nuevo, a volver a sentir por otra persona la confianza que sentí contigo. Realmente me parece descabellado imaginarme en el abrazo de un hombre que no eres tú, entregar mis torpes besos a unos labios desconocidos, dibujar trazos inexactos en el torso de otro ser humano. No puedo, no me sale bien.

La tormenta me ha ganado la batalla, soy víctima de mis propios complejos, me angustio en el círculo de mi incapacidad de amar y de amarme. Amarme, vaya palabra de moda, tan fácil de explicar y de entender su obvia coherencia. Y, aún con eso estoy aquí, desvalorizando cada cosa que hago, enterrándome en mis cicatrices, odiando a los espejos y añorando tu presencia en mis crisis de ansiedad. ¿Dónde estás? Haciendo eco en mi mente, golpeando con tus puños las paredes de mi corazón. No puedo culparte, pero me cuesta arrancarte, y no puedo convivir con mis defectos, desearía ser más fuerte.

Te quiero, cómo te quise y con qué intensidad. No entendía que algún día la vida me iba a escupir en recuerdos tu voz repitiéndome de amor, apabullante amor. Así que eso era, y ataca cruelmente cada uno de mis huesos. Ojalá fuera más fácil, ojalá hubieras hecho algo mal, y lo único que puedo reprocharte es que ya no estarás jamás. Créeme, lo sé con la misma certeza de que la vida se acaba de muchas maneras. Y no toda conclusión acaba en la muerte. 

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