jueves, 9 de diciembre de 2021

Cortando muñecas

Es para los que no tenemos las agallas de suicidarnos, pero qué bien se siente. ¿En qué momento ver la sangre manar en una toalla vieja se volvió placentero? Y no, no hablo de que me guste sufrir, sólo me gusta verme sangrar, como si hiciera un ensayo de la muerte una vez, y otra y otra. Como si papá me volteara a ver y dejara de fingir que no ve mis cicatrices.

Algunas personas en este mundo lo entendemos, no sé cuántas exactamente, pero sé que ahora mismo, cinco de la madrugada; habrá alguien como yo en cualquier parte de la tierra, cortándose con una navaja de afeitar, con un cuchillo, con un sacapuntas.

Y cada vez que creo me he recuperado, vuelven los histéricos o tranquilos ataques de odio a mí misma. Porque me valoro tan poco que me golpeo las piernas hasta amoratarlas, porque me siento tan pequeña que me corto las muñecas en reiteradas ocasiones, sin conseguir la muerte, sólo olor a hierro, sangre coagulada. Sangre coagulada que me demuestra que mi cuerpo no está de acuerdo conmigo, que él no quiere morir aún. Qué inteligente y qué maldito a la vez.

Mi grito de ayuda hace eco, porque lo escribo pero no lo digo, porque si lo dijese lastimaría a la única persona a la que le importo y no sé qué sería capaz de hacer. Perdóname, todavía no he podido parar de lesionarme. Por favor, no me odies.

Papá, tú indiferencia me está matando aún a mis veintisiete años, ¿Qué me espera después? Vas a hacerme sentir culpable cuando mueras, cuando tuviste mil oportunidades de acercarte a mí, de preguntarme cómo me siento, de preguntar por el psiquiatra, por el TCA, por las autolesiones. Te has vuelto sordo a mis súplicas de auxilio y a veces no sé si tengo que matarme para que vuelvas a oír, para que te des cuenta de lo que un padre hace por amor a un hijo. Papá, ¿sufrirías si yo muero? Por lo menos sé que deseabas que fuera niño y no niña. Me regalabas balones cuando yo te pedía muñecas.

Ahora tengo mis muñecas melancólicas y carmesí, lo he logrado, he conseguido lo que quiero. Universo, esta locura me va a llevar al arrepentimiento y a la culpa pero no puedo parar. Cortarme es lo único que siento en mi control, qué tan profundo, en qué zona escondida, con cuántas pulseras me llenaré esta vez. Mi decisión, hasta que pase lo realmente deseable, el sueño profundo. Ay vida ¿por qué me entregaste a un mundo en el que no sé vivir? No estoy hecha para esto, no funciono aquí, desde mi infancia supe que las personas eran ajenas a mí, como si fuese una humana de otro planeta. Lejano, lejano, y quisiera volver. O detener tanto desconsuelo.

Soy miserablemente malagradecida, porque aunque no siempre pasen cosas malas, aquí estoy, cortando la piel, haciéndome la víctima, sin poder olvidar mi horrible adolescencia y las cosas que mis ojos inocentes tuvieron que ver y que sentir. Lo que mis oídos tuvieron que escuchar. El odio y la indiferencia que marcaron mi vida. Tal vez por eso me lesiono, para llamar la atención de un ciego.

Qué pendeja.

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