Me cuesta vivir
No sé por dónde empezar, todavía
recuerdo cuando me era más fácil escribir que hablar. Ahora a mis veintiocho no
puedo ni hablar, ni escribir. Porque si me desbordo termino hablando sobre
deseos de muerte, de la constancia del deseo de dormir para siempre. Puedo ver
como caigo en cámara lenta en un pozo oscuro y no tengo de dónde sostenerme, y
sé que cuando termine todo, seguiré viva, pero sin nadie escuchando mis gritos,
mis lágrimas, ni mis lamentos. Ojalá tuviera la determinación para depender de
mí y sólo de mí, pero… no me enseñaron. ¿Cómo se aprende algo de la nada? Fueron
demasiados años de dolor, demasiada ansiedad y miedo. Miedo por mi hermano,
miedo por mi mamá, miedo de mi padre. No puedo, no puedo, por más que me digan
lo fácil que es ir a la salida, desde aquí se ve tan lejana. Perdón, perdón por
todo, por mi debilidad, por no ser lo que esperabas, por amarte, por no amarte,
por odiarme a mí misma, por engañar, por engañarme, por ser un monstruo ante
mis ojos y no encontrar en mí una pequeña cosa que me guste. Estoy harta, estoy
cansada, a veces quiero gritarte que no quiero vivir, pero no quiero hacerte
daño y sentirme doblemente culpable. Porque la palabra suicidio es un tabú ¿no?
Me muero, aunque respire, me muero, cada vez que dejo de comer, cada vez que
como hasta que me duelen las tripas, cada vez que me corto y veo la sangre
recorrer mi piel, o me quemo y escucho ese sonido extraño de la piel chamuscándose.
Me muero hasta las lágrimas que de mi alma son de ácido. Ayuda, me cuesta vivir…
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