martes, 14 de marzo de 2023

Me cuesta vivir

No sé por dónde empezar, todavía recuerdo cuando me era más fácil escribir que hablar. Ahora a mis veintiocho no puedo ni hablar, ni escribir. Porque si me desbordo termino hablando sobre deseos de muerte, de la constancia del deseo de dormir para siempre. Puedo ver como caigo en cámara lenta en un pozo oscuro y no tengo de dónde sostenerme, y sé que cuando termine todo, seguiré viva, pero sin nadie escuchando mis gritos, mis lágrimas, ni mis lamentos. Ojalá tuviera la determinación para depender de mí y sólo de mí, pero… no me enseñaron. ¿Cómo se aprende algo de la nada? Fueron demasiados años de dolor, demasiada ansiedad y miedo. Miedo por mi hermano, miedo por mi mamá, miedo de mi padre. No puedo, no puedo, por más que me digan lo fácil que es ir a la salida, desde aquí se ve tan lejana. Perdón, perdón por todo, por mi debilidad, por no ser lo que esperabas, por amarte, por no amarte, por odiarme a mí misma, por engañar, por engañarme, por ser un monstruo ante mis ojos y no encontrar en mí una pequeña cosa que me guste. Estoy harta, estoy cansada, a veces quiero gritarte que no quiero vivir, pero no quiero hacerte daño y sentirme doblemente culpable. Porque la palabra suicidio es un tabú ¿no? Me muero, aunque respire, me muero, cada vez que dejo de comer, cada vez que como hasta que me duelen las tripas, cada vez que me corto y veo la sangre recorrer mi piel, o me quemo y escucho ese sonido extraño de la piel chamuscándose. Me muero hasta las lágrimas que de mi alma son de ácido. Ayuda, me cuesta vivir…

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