Admito que no puedo odiarlas.
No porque fueran justas,
sino porque, igual que mi piel,
ya son parte eterna de mi historia.
Todo lo que dolió sanó,
incluso aquello que juré que me mataría.
Mis cicatrices son el perdón
que mi cuerpo le ofrece a mi alma,
el signo de que, en el sufrimiento,
también habitaba el amor.
Ya no quiero ser coleccionista de heridas;
ahora lucho por ser sanadora
de guerras mitad perdidas
y mitad ganadas
No hay comentarios:
Publicar un comentario