domingo, 26 de abril de 2015

Piano vacío

Adoro verla improvisar en aquel piano de cola. Ella siempre ha sabido arrullar mi alma, sé que parece un cliché poético, pero ella sabe arrullar mi alma. Lo juro. Cómo suelo envidiar esas teclas desgastadas, parece que Ofelia las mata y revive de forma continua. 

  Ella no puede sentir todo el amor que me provoca, en los días de ese lugar olvidado por dioses y demonios, donde se entierran sordos; yo la escucho, y la escribo. Soy invisible para ella, y aún así no puedo dejar de adorarla. Ojalá pudiera sentirme con su sensible oído, escuchar mi poesía. Ojalá la transformara en suaves melodías, como hace con todo alrededor suyo. 

  Temo a perderla, los seres terrenales como yo acabamos destrozando las palabras, las arruinamos con torpezas. Por eso escogí las fantasías en cobardía, porque no hay nada más valioso en el mundo que verla tocar aquel piano de cola. No podría vivir lejos de este paraíso abandonado.

  Sus ojos verdes no son fríos, una vez la tuve tan cerca que descubrí una mirada perdida y triste, que encierra pasiones. Parecen gritar y aún no comprendo lo que dicen. Sus ojos verdes parecen fantasmas, anhelan encontrar luz en un mundo de oscuridad eterna. Sus ojos no pueden verme. 

  Demoro hablar de sus labios, porque ya una vez me han hecho un desequilibrado. Quizá pueda algún día abandonar mis miedos por esa boca fina, de fragilidad y duda. Si solo se acercara un poco más… Si pudiera ella sentir mis dedos en sus mejillas sonrosadas, mis besos honestos, la calidez de mi abrazo. 

  Quisiera leer sus pensamientos, decirle quien soy yo. Ganarme su confianza como nunca han podido hacerlo. La realidad de las cosas me obliga a quedarme en esta mesa sucia de alcohol y cigarrillos, a admirarla desde el anonimato. 

No dejes de tocar, Ofelia mía, no dejes de tocar.

Rafael. 

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