martes, 26 de mayo de 2015

Ansiedad

No es que yo me vea distorsionada en el espejo; veo lo que soy. Y lo que soy es mi verdugo entre las masas. Siempre sola. No puedo detener el temblor de mis manos, ni puedo conseguir que las voces en mi cabeza dejen de realzar mis horrores físicos.

Intenté luchar contra esto de un modo digno, heroico. Y conseguí ilusiones fantasmas, espejismos de fe para volverme hermosa. Demasiado temprano caí de mi castillo en el aire, por poco ignoro la burla de mi encierro, la irritación de mi fobia social. Evitación. Soñé vagas historias que terminaban con una sonrisa en mi boca.

¿Por qué hasta ahora entendí que mi camino siempre será hacia la negrura? Nací para vagar entre abismos, para sangrar desolaciones, para entregarme a los demonios. Acostumbrarme a sus sombras en mi cama, en mis alegrías rotas, en todas y cada una de las putas cosas que hago. Llegué al vacío, y no puedo escapar de este pozo sin fin. Deformo mis labios con mis dientes, me arranco el cabello desgreñado, entierro mis uñas en piel antiguamente lacerada. Me entrego a la locura llena de paz, acepto lo que soy para el mundo y sus carencias. Como una desquiciada sucumbo a la tortura diaria de vivir en un cuerpo al que odio.

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