miércoles, 16 de diciembre de 2020

Instrumentos de tortura

Es momento de escribir sobre ustedes; navajas, paredes, sangre derramada. Mi compañía secreta, revivo en cada golpe, en cada herida. Las cicatrices son una prueba que grita por un auxilio inexistente. Me duele cada centímetro del cuerpo, cada esquina en mí está plagada de la cruda realidad. ¿Por qué no puedo perdonarme? Soy un despojo en estas rejas, necesito que el frío acabe.

Ramalazos de odio en mi pecho, mis intenciones mueren cuando al fin consigo esconderme del mundo, al silencio de la madrugada encuentro mis herramientas de destrucción. No puedo aceptarlo fuera de mí, pero lamentablemente me regocijo en mis heridas, la sensación de poder me hipnotiza. Soy feliz cuando me hiero, sé que estoy enferma pero no puedo mentir, no aquí.

Nadie es testigo de mis lágrimas culpables, y la sangre hace su recorrido ya reconocido en mi piel. La sangre y su coagulación, ya somos cómplices, nos conocemos muy bien. Cierro los ojos y no paro de pensar en cuánto habría deseado nacer en otro cuerpo, en otra vida. Lo sé, soy ingrata, malagradecida ante las pruebas de mi buena suerte. La realidad es que ya nadie me puede curar, parece que esta maldición es eterna. ¡No sé hasta qué destino suicida estoy dispuesta a llegar! Estoy harta de las ilusiones, de los sueños frustrados. Lo único que tiene sentido es el control de mi navaja amiga.

Y golpeo las paredes cuando nadie me ve, me destruyo las manos disfrutando de su púrpura coloración, fantaseo con caídas deliberadas. Me estoy hundiendo en la autoflagelación. Derrotada veo emanar la sangre, no seré libre hasta que deje de esconder el cuchillo bajo el colchón, seguiré siendo un fraude refugiada en mi frustración, desahogándome a gritos hasta que cicatrice mi alma. Detesto detestarme pero ahora ¿Qué carajo puedo hacer?

No me puedo engañar, no a mí. Estoy atrapada hasta el final.

No hay comentarios:

Publicar un comentario