Un horizonte de tonos violetas y grises, con una figura femenina hecha de líneas suaves, casi translúcidas. No es frágil, aunque parece etérea. En sus manos sostiene un cuaderno abierto, y de él brotan lirios, girasoles y rosas, pero las flores se deshacen en letras que vuelan como aves de humo.
Detrás, la luna creciente ilumina su silueta: no es una doncella pasiva, sino una guardiana de palabras. Sus ojos no miran hacia afuera, sino hacia dentro, como si contemplaran un incendio secreto convertido en canción.
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