Cuando escucho a Sangre de muérdago no recibo música, recibo un idioma secreto que mi piel recuerda antes incluso de haber vivido.
Es un rumor que atraviesa mis cicatrices y, sin pedirme permiso, las vuelve raíces.
Cada nota abre refugios: un claro en medio del bosque, un abrazo hecho de ramas, un silencio que no pesa.
Allí me descubro entera, sin máscaras, sin ruido, con la certeza de que también en mí habita un bosque.
Mientras suenan, dejo de ser herida y me vuelvo tierra.
Dejo de ser ruido y me vuelvo eco.
Soy lo que permanece.
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