Hacia las estrellas no se vuela con alas limpias,
sino con los pies heridos por las piedras del camino.
Las astillas de la noche se clavan en la piel,
pero cada herida se convierte en un faro,
cada tropiezo en un peldaño hacia lo infinito.
El brillo de los astros no concede atajos:
hay que atravesar la sombra, la ceniza, el desgarro.
Solo quien acepta la dureza de la tierra
puede levantar los ojos y sostener la mirada del cielo.
Porque no hay altura sin espinas,
ni luz sin la memoria de la oscuridad.
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