La oscuridad que me abraza y escribo, no es solo un capricho más, es mi lenguaje para sobrevivir este mundo de locos.
Por supuesto que duele y no puedo entender aún cómo es que teniendo al amor de mi vida y a mi mamá cuidándome aún en mi adultez, puedo vivir con un vacío crónico e intenso, que hace sacar poesía dolorosa de mis entrañas.
Es cómo si no me quisiera hacer más feliz, hablar de la negrura de la existencia se me da demasiado bien.
Escribo para no autolesionarme, para no tragar mil pastillas, para no atacar a los que amo. Escribo para no suicidarme.
Trasmuto este caos en agonía domesticada, dreno todos los días un poquito de mi tristeza, escribiendo escupo mi gran necesidad de borrar la desazón.
Velo por mi alma, dejándola hablarme de todo lo que le quema, el papel ahora es mi piel y la tinta mis antiguas navajas.
Al acabar de escribir y de gritar por dentro, todo gira en un silencio que indica que, hoy, se acabó el poema.
Dejo mi navaja en la mesa y sencillamente me voy.
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