sábado, 1 de octubre de 2011


Mi cuerpo trémulo anhela deshacer tu ausencia y con una simple palabra me imagino a tu presencia como un eco de un ángel hermosísimo que se anuncia en mis ojos. Tímida te observo, mordiéndome las uñas para no robarte un beso, desde esta lóbrega distancia que el destino marcó entre nosotros. Aspiro sólo a decirte que te amo, que las flores marchitas del jardín de mi alma suelen renacer con el brillo de tus ojos. ¡Ay de mí! Repentino, dulce y agradable dolor. Por favor no revuelvas tus cabellos con las manos, incitas a mis labios que palpitan nerviosos y mis ojos no se mantienen en su lugar. Me queda susurrarle estas palabras a la pared, imaginando que aquí te tengo, abrazando tu recuerdo, soñando que tu historia se adhería a la mía. Yo sé que mis palabras escasean de concordancia pero este amor me está volviendo loca, pero enciérrenme en un manicomio de palabras y seré feliz porque tú eres cuanto se concentra mi voz; mi dolor, mi poesía, mí todavía pensamiento de niña.
Pero ¡Búscame! ¡Encuéntrame! Y entonces sabré que al final eres mío, así como el néctar de tu boca fría y la fortaleza de tu pecho que no permitirán que reconozca el miedo nunca jamás. Te amo durante los días de lluvia, en las eternas noches de insomnio, por horas y deshoras, pensando en ti. Acarició los pétalos de una rosa roja, así tocaré tu piel con vehemencia. Te quiero en los momentos afligidos y en los felices. Alguna vez hice una promesa y sería que hasta después de la muerte te querría aún más.

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