sábado, 9 de marzo de 2013

Después del amor

Se irguió con la desolación reflejada en los ojos, los rayos del sol parecían feroces al alumbrar su habitación, solo entonces arrojó las cortinas, regresándole la oscuridad a aquel funesto lugar. Le escocían las mejillas de tanto llorar, las ojeras adornaban tétricamente su alguna vez bonito rostro; su cabello era una maraña confusa y sucia. Y qué decir de las ropas que traía; una camisa arrugada, un pantalón colmado de agujeros, calcetas que no coincidían en el color. Le rodeaba un aura de vacío, de agotamiento. 
Ella se había ido, y conociendo su suerte, probablemente jamás volvería. ¿Cuántos días habían transitado desde entonces? ¿Cuántos meses? ¿Cuántos años? 

  Lo atacaba el recuerdo de la última caricia, de aquellas sonrisas sinceras, de los besos más puros, de los juramentos que había incumplido involuntariamente. Su cuerpo se movía de un lado a otro como un malformado títere, movía los labios pero jamás decía nada, abría los ojos pero no admiraba ni se maravillaba con lo que veía. 

  Odiaba el llegar de la noche casi tanto como odiaba el amanecer, se hallaba deambulando como alma en pena, por cada rincón de la casa. A veces se le daba por llorar quedamente, en otras ocasiones gritaba, en los días más difíciles destruía lo que tuviera la mala fortuna de cruzarse en su camino. Se autodestruía con todos los cigarrillos que circulaban por su boca, el humo danzaba en el aire dándole énfasis a tal acumulación de decadencia. Una hecatombe. Ni siquiera podía recordar si alguna vez había sido feliz.

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