Ella sentía como todo se acumulaba en su garganta, y rogaba escupirlo. Sin embargo su cerebro se negó, todo aquel desastre de emociones se dirigió a las manos. Sus dedos temblaban para comenzar a escribir: demasiado pulcro, adornar las palabras, la estética de su propio dolor. Lo hermoso que a los ojos de alguien más podía ser algo que a ella trastornaba, hería y carcomía. No entendía como aquella miseria podía cobrar vida en ese cúmulo de párrafos.
Desnuda a alguien que escribe, señala sus cicatrices y te contará la historia de cada una de ellas, incluyendo las más pequeñas. De las más grandes, se sacan novelas, no amnesia.
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