domingo, 21 de julio de 2013

Lo que a él le correspondía

Ella resultaba ser un poco ingenua, ideaba sueños extravagantes, se veía acompañada de las sombras, de los libros y un montón de tazas vacías. Las cenizas adornaban el suelo de la habitación, la furia y después nada. Absolutamente nada. Una paz colmada de angustia; colores, pastillas, polvo, lápices y papel arrugado. Ella reía con las mejillas encharcadas, y tecleaba en el ordenador, intentaba transmitirlo, convertir los sentimientos en palabras. Acomodar en cada letra su dolor, su alegría, cada duda y cada error.

  Ella sentía como todo se acumulaba en su garganta, y rogaba escupirlo. Sin embargo su cerebro se negó, todo aquel desastre de emociones se dirigió a las manos. Sus dedos temblaban para comenzar a escribir: demasiado pulcro, adornar las palabras, la estética de su propio dolor. Lo hermoso que a los ojos de alguien más podía ser algo que a ella trastornaba, hería y carcomía. No entendía como aquella miseria podía cobrar vida en ese cúmulo de párrafos.

  Desnuda a alguien que escribe, señala sus cicatrices y te contará la historia de cada una de ellas, incluyendo las más pequeñas. De las más grandes, se sacan novelas, no amnesia.


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