miércoles, 18 de junio de 2025

Cuando el abismo escribe por mí

Yo no hago introspección, yo excavo. Me trato como si fuera una ruina que solo vale si puede exhibirse en una galería de dolor. Vivo como si cada crisis fuera una obra maestra en proceso. Pero no. A veces no es arte. A veces solo me estoy jodiendo la vida y lo escribo bonito para que duela menos.

Tengo más recaídas que un mal chiste sobre adicciones, y las narro como si fueran parte del camino. Como si doler fuera sinónimo de sanar. Pero no todo es poético. A veces simplemente me estoy dejando caer otra vez, y lo disfrazo para que parezca elección.

Me digo fuerte porque me sostengo sola, pero a veces siento que le tengo más miedo al alivio que al dolor. Como si dejar de sufrir fuera traicionarme. Me desgarré tanto en prosa que ya no sé si me reconozco cuando no hay sangre en lo que escribo.

Y esto de preferir la soledad… no siempre es valentía. A veces es aislamiento maquillado de independencia. Me cuesta admitirlo, pero me da miedo que alguien se acerque y vea lo que realmente hay detrás: una niña agotada, con hambre, con frío, con un nudo que no se deshace escribiendo. Con ganas de que alguien la mire sin juicio, sin prisa.

Y lo peor es que ya lo sabía. Ya me lo había dicho mil veces. Solo necesitaba leerlo sin anestesia.

martes, 17 de junio de 2025

No escribo, me consumo

17/06/25 — 23:03

Ay, vida mía…

Ahora sí soy un cliché.
Ese del que tanto escribía en mi adolescencia.

¿Por qué?
Sólo puedo escribir con mil pastillas encima.
Soy una adicta.
Tuve escritura de profeta,
que ahora consumo.
Me autolesiono
y no puedo separarme del dolor.

Ahora que estoy aquí,
mi sufrimiento nunca fue gratuito.
Solo que antes podía controlarlo
escribiendo unas cuantas líneas
y saliendo de mi cuarto
con una sonrisa impuesta,
para esconder el miedo,
fingiendo que mi presencia
solo era parte del escenario de mis padres.

Escribía, soñaba tanto…
pero no importaba.
Todo quedaba entre el lápiz y yo.

Dios mío,
¿podré salir de aquí?
¿Merezco liberarme y ser feliz?

— Mar

jueves, 12 de junio de 2025

Después del filo, el eco

Recaí.

Y no fue como la primera vez, ni como la peor... Fue peor de otra forma:
no dolió como antes, pero se sintió familiar..Como volver a casa después de años, y encontrarla exactamente igual: rota, sucia, tuya.

Me miré al espejo sin sorpresa.
El cuerpo ya no grita, susurra. Y ese susurro es peor, porque se parece a mi voz.

No fue hambre de comida. Fue hambre de ser querida. De sentir que merezco algo sin tener que sangrar por ello. Fue hambre de no ser olvido en la mirada de alguien. Fue hambre de que alguien —aunque sea una sola vez— me dijera: “Quédate. No te vayas aunque ardas.”

Y ardo.
Después del filo, no hay alivio. Hay eco..Un eco que repite lo mismo de siempre: 

"Lo estás arruinando",
"nadie va a quedarse",
"te vas a quedar sola".

Pero después de la recaída,
después del hambre,
después del eco...
respiro.

Respiro como si eso bastara.
Como si respirar ya fuera una forma de quedarme, una forma de decirle a esa parte de mí: “No ganaste esta vez. Pero sé que volverás. Y aún así… aquí estaré."

martes, 10 de junio de 2025

Nunca fuimos historia

Tengo que despedirme de ti, aunque me duela, aunque a veces te extrañe, e imagine qué hubiera sido si hubiésemos sido historia.

Es que, aunque en ocasiones tu recuerdo me hiere, no cambiaría el amor verdadero que ahora tengo, por ti. Nunca.

¿Puedo sincerarme? Tu tibieza no
me daba lo que quería: la paz de saber que un ser humano te ama,
con toda su luz, pero también con su mísera oscuridad.

En lo próspero y en lo adverso, dicen.
Y yo lo creo, por toda la sangre
que he perdido. Lo creo.

No miento, por supuesto que te quiero. Pero de un modo distinto,
en el que te deseo amor y tranquilidad. Independencia para descansar, y tener una vida en la que se te permita pausar y disfrutar.

Tengo que dejar que te vayas.
Tienes que dejar de parecer mi hogar.
Tenemos que soltar… y respirar. 

domingo, 1 de junio de 2025

Centinela insomne

Le llamo sin nombre,
juego con su sombra en voz baja,
y dejo que el silencio me roce como filo.

Mi cuerpo es terreno baldío,
poblado de objetos que saben cortar el olvido.

Anhelo sentir algo que no sea esta culpa que vigila mis noches como un centinela insomne.

Hace tiempo que el dolor se volvió reflejo, como si las manos recordaran solas una fiera que dormita desde los días en que el mundo era más grande que yo.

No sé cuándo acabará,
solo sé que sigo aquí,
entre el pulso y la herida.