Me dejé llevar en el arrullo
del conteo todopoderoso,
el creador de un vacío que me urgía.
Decidí ignorar mi deseo del plato,
de llenar quién sabe qué hueco
en mi corazón.
Entendí que no podía pronunciar
la palabra hambre en vano,
que estaba a merced
de lo que mi enfermedad mental decía.
Y si no hay cielo en el ayuno,
¿entonces a quién le entregué mis días?
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