…
Flashback
-Oye pequeña – habló Ángela en cuanto el
avión emprendió – Quería decirte algo que espero no te moleste.
-Dime – respondí mirándola con curiosidad.
-Tú sabes que Carlo y Natalia nos recibirán
en cuanto lleguemos a Guadalajara…
-Ajá…
-Bueno – carraspeó un poco – Ian también
estará allí, espero que no te incomode, de cualquier manera yo puedo obligarlo
a desaparecer de tu vista.
Sentí que mi corazón tartamudeó, pero lo
ignoré inmediatamente.
-¿Por qué me habría de incomodar? Ya ha
pasado mucho tiempo – dije seria.
-Tú lo quisiste mucho…
-Sí, lo quise, pero tú sabes que siempre fue
un juego de niños. Pasó hace cuatro años, ya lo superé. Nunca afectará mi
presente, en lo absoluto. – Aseguré y mi amiga arqueó una ceja.
-Cómo digas – dijo Ángela.
Muy dentro de mí, y de verdad muy en el
fondo de mi pecho, aún dolía recordarlo.
Por fin llegamos a Guadalajara, el primer
destino de tantos. Casi eufóricas, pasamos por nuestras maletas y cruzamos a la
sala de espera. Sentí que mis mejillas se encendían y las piernas se me
sacudían trémulas.
-¡Ya cálmate! –Gritó Ángela exasperada.
-Perdón – sonreí avergonzada.
-Mira hermanita, ¡ahí están!
Maldije mentalmente y me enfrenté al miedo
de alzar los ojos. Hice acopio de toda mi energía para no soltarme a llorar.
Ahí estaba él, solamente Ian, al menos para mí, pues a sus costados venían Carlo
y Natalia. Me estremecí, estaba tan diferente y a la vez tan igual a como lo vi
la última vez, con ese andar tan peculiar que me enloquecía. Vestía un pantalón
de mezclilla gris y una camiseta negra, su cabello lacio y de casi rudo color
negro se bamboleaba a causa del viento, algunos mechones jugueteaban entre su
maravillosa, casi hipnótica, piel blanca. Sus ojos negros miraban de un lado a
otro, él me buscaba. Bueno, a mí y a mi acompañante.
Sentí una terrible necesidad de evaporarme,
de arrancarme el pelo, de romperme las piernas o de no haber nacido nunca. Ese
amor frenético y adolescente que solía sentir por él, seguía doliendo en carne
viva, ahí estaba esa herida en mi pecho, esa fuerte atracción, como si nunca
hubiese desaparecido.
Por fin se acercaron a nosotros, yo me quedé
helada. Ian no dejaba de mirarme con sus profundos ojos azabache, fulminando mi
escasa seguridad. Natalia me miró tiernamente, dándome un cálido abrazo.
-¡Qué alegría volverte a ver por aquí
chaparra! – Sollozó – eres bienvenida – hizo una reverencia cómica y todos
reímos.
-Gracias Naty, es precioso volver por estos
rumbos.
-Hola, todavía existo, señorita presumida –
carraspeó Carlo enojado.
-Holi guapo – reí – Sé que existes bebé –
comenté apretándole la mejilla cual si fuese un niño de nueve años
-Graciosa.
-Lo sé – sonreí ampliamente para después
abalanzarme a sus brazos.
Ian tosió un poco, solté a Carlo y volteé a
mirarlo, me regaló una media sonrisa con gesto nervioso. Sacó las manos de los
bolsillos y se acercó a mí, dándome un abrazo tomándome por sorpresa. Al
principio me mostré reacia, pero después sin más remedio lo rodeé tímidamente
con mis brazos. Pude sentir los latidos frenéticos de su corazón, el calor de
su cuerpo me aturdió. Luego de casi un minuto, empujé a Ian con suavidad y me
reí.
-Creí que nunca volvería a verte –dijo con
voz rasposa – de verdad no sabes lo que…
-Pues ya me viste Ian – lo interrumpí - ¿nos
vamos ya? – pregunté en general, dejando anonadado al chico.
-Am, sí hermanita – dijo Ángela – primero
debemos hallar dónde hospedarnos y todo eso – se fastidió ante la idea.
-Pueden quedarse conmigo, tengo suficiente
espacio – dijo Ian de manera casual y yo lo miré horrorizada.
-Perfecto – respondió Ángela animosamente.
Me sentí acorralada.
-¡Claro que no! – Grité colérica.
-¿Por qué? – dijo Ian inocentemente,
atrapándome en sus ojos.
-No será mucho tiempo y no queremos causar
molestias ni estorbar- me excusé con la primera estupidez que se me vino a la
mente.
-Para nada – se echó a reír – tú sabes que vivo
solo y hay mucho espacio – me guiñó el ojo y yo resoplé – tú duermes en mi
recámara y Ángela en la de huéspedes y listo. Nada me haría más feliz que
tenerlas de invitadas. La casa puede ser un delirio cuando se está solo.
-¿Y donde se supone que dormirás tú? – lo
reté.
-En el sillón, obviamente – sonrió
triunfante – a menos que te apiades de este pordiosero y me guardes un espacio.
-Ni en sueños, idiota – mascullé.
-Nada perdía con intentar – se encogió de
hombros - ¿entonces qué dices?
-Está bien, nos quedaremos en tu casa – me resigné
sabiendo que con él, de nada servía protestar. En eso no había cambiado para
nada.
Fin del flashback
Con Eduardo,
el tiempo se nos pasó casi demasiado rápido. Entre charlas banales y risas sin
control, todos nos sentíamos muy bien. El chico era sensacional y a pesar de
tantos años transcurridos, seguía siendo mi cómplice, mi testarudo, molestoso y
apapachable amigo.
-¿Qué
hiciste de tu vida? – me preguntó cuando Ángela y Ceci se inmiscuyeron en una
discusión sobre música.
- Nada en
especial – le sonreí – después de que…bueno, me fui con mis padres, me dediqué
a terminar mis estudios en esa nueva ciudad – hice una mueca - Gracias al cielo que Ángela ya era mayor de
edad y pudo venirse para conmigo, no sé que hubiera hecho sin ella. Conseguí un
trabajo en el que afortunadamente me iba de las mil maravillas y ganaba muy
bien.
-Que bien –
dijo Eduardo mostrándome una perfecta sonrisa – No me malinterpretes pero, ¿por
qué volviste a Guadalajara?
-Eh – tragué
saliva – nada más fuimos de pasada para despedirnos de Carlo y Natalia. Igual
pasamos aquí a estar un tiempo con ustedes y despedirnos. Ángela y yo
viajaremos por el mundo sin detenernos. Quizá nos robemos a Cecilia, eso
todavía está en discusión.
-Así que por
fin cumplirás tu sueño loco – rió.
-Así es –
confirmé orgullosa.
-Es una
lástima que no te quedes aquí – suspiró incómodo – pero de corazón me alegro
que estés cumpliendo tus sueños y espero que te vaya excelentemente.
-Gracias
Eduardo – le di un abrazo fugaz.
Eduardo
aceptó mi abrazo y esquivó mi mirada. Algo pasaba con él y yo no sabía
exactamente qué.
-¿Sucede
algo? – le pregunté.
-Tal vez –
sonrió sin alegría – nos abandonaste.
-¿Qué? –
solté.
-La noche
que pasó lo que pasó con Ian – sentí una punzada – te fuiste sin siquiera
decirnos nada. A ti y a Ángela les valió madre nuestros sentimientos, tanto de
Carlo y Natalia como de Cecilia y de mí. Al parecer ellos ya lo olvidaron, pero
yo aún me siento herido.
-¡Tú no
entiendes Eduardo! – Me paré – Tenía que escaparme de ahí, iba a sufrir
demasiado largando despedidas.
-¿Y no
pensaste en que nosotros también sentimos?
-Yo…- alcé
la vista para evitar que las lágrimas hicieran acto de presencia por milésima
vez – no puedes entenderlo…
-Sí, claro
que lo entiendo – masajeó su sien – Ian es un idiota que te rompió el corazón
y…
-No lo digas
– supliqué – no digas más Eduardo, por favor. Perdóname, ¿sí? Sé que fui una
egoísta al irme así, no pensé que sufrirían tanto. Siempre fuiste un gran
amigo, el mejor. Perdóname – sollocé.
-Cálmate –
suavizó su mirada – Lo hecho está hecho
y no podemos cambiarlo, pero disfrutemos todos este tiempo que nos regaló el
destino para volver a convivir. Como en los viejos tiempos – me guiñó el ojo
divertido.
-Me parece
perfecto – limpié mis lágrimas y le alboroté el cabello.
Como en los
viejos tiempos.
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