miércoles, 3 de agosto de 2022

Sentirse mal en tu propia piel

No puedo negar que a veces quisiera que fuera más sencillo que mi familia entendiera por qué me siento mal con mi cuerpo, que no se trata de superficialidad, es un trastorno que no puedo controlar. Como cuando tienes una enfermedad física que viene sólo porque sí.

Sé que mi trastorno tiene su razón de ser, pero sigue siendo algo que no está en mis manos, ojalá pudieran estar en mi mente y corazón por unos minutos para entender cómo es querer escapa de ti mismo, sentir que tu ser es un templo destruido. 

Hay días de luz, en los que creo poder verme en el espejo tal y como soy y me siento bonita, pero hay más días de oscuridad en los que no soporto mi cara, mis cicatrices, mis piernas anchas, mis brazos, prácticamente todo de mí. No importa lo que pase, lo que digan, siempre me veré gorda ante el espejo. Y sé que es una maldita gordofobia internalizada, que estoy mal, pero no puedo evitar sentirle terror a volver a ser juzgada y herida por el tamaño y proporciones de mi cuerpo.

Tengo momentos de observarme en el reflejo de cualquier cosa, y momentos en los que tapo cualquier espejo con sábanas y cierro los ojos cuando camino por lugares donde pueda verme. Es un trastorno que te lleva al infierno, y lo peor es que su demonio se hace tu amigo, porque te hace creer que está bien que dejes de comer, que bajes de peso, que empieces a desmayarte. Que estás haciendo las cosas bien, porque vas a ser feliz cuando seas delgada.

Si fuera bella, ¿qué pasaría? Ojalá por un instante supieran lo que es sentirse atrapada y encarcelada en tu propia piel. 

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