martes, 23 de abril de 2013

Cuatro años hacia delante XV



— Ay Dios — dijo Ceci después de que terminé de relatar mi horrible historia. — Qué descaro, Phany era una completa zorra.
— No, no, no. Como si eso justificara a Ian, Ceci, por favor… — me reí sarcásticamente.
— Pues claro que no lo justifica, pero Phany era como una hermana para ti — opinó Ángela — lo que no entiendo es cómo Ian sigue negando las cosas ante la evidente prueba.
— ¡Tampoco yo lo entiendo! — me frustré — Me parece un enorme descaro. Ya le había perdonado, ¿qué más quiere de mí…?
— No creo que haya venido hasta aquí a buscarte solo porque sí, en mi opinión, amiga; tienes que darle la oportunidad de explicarte.
—Y se la daré, pero eso no cambiará absolutamente nada. No puedo olvidarlo, simple y llanamente.
— Mañana iré a ver a Eduardo, pero les pido, déjenme ir sola.
— Como tú quieras — aceptó Cecilia.
— ¿A qué vas? — preguntó Ángela.
— No sé exactamente, necesito hablar con él. Realmente lo quiero, y no deseo perderlo.

Al día siguiente me levanté muy temprano para evitar cualquier otro cuestionamiento por parte de Ángela. Me arreglé como pude y tomé un taxi directo a la casa de Eduardo. Al verme llegar, él sonrió a medias, se notaba que no esperaba mi presencia.

—Son las siete de la mañana de un domingo precioso para no levantarse de la cama — rió sin alegría — ¿por qué estás aquí?
— Tú y yo necesitamos hablar — aclaré.

Sin su permiso, entré a su casa siendo seguida por él. Me sentí incómoda, parecía que toda la confesión del día anterior, y las palabras de amor, se habían hecho polvo con la aparición de Ian.

— Ayer dijiste que me amabas — mencioné sin más.
— Te amo, pero tú no a mí…
— Sí, sí te amo…
— Pero amas más a Ian. Tu reacción cuando él llegó, la forma en que lo mirabas…no me puedes negar que aún está presente en tu corazón. Solo...podemos olvidarlo. Ve con él.
— No. Que haya aceptado escucharlo es algo muy distinto. Yo, Eduardo, yo quiero estar contigo. Él se irá, no volverá a molestarme después de esto.
— ¿Lo dices en serio?
— Muy en serio Eduardo, eres tú la persona correcta.
— Vas a viajar…
— Pues volveré por ti.

Ambos nos quedamos callados por unos segundos, él me miraba y reuní las fuerzas necesarias para notarme firme en lo había dicho. Eduardo acarició mi mejilla y después me abrazó.

— Te creo.

Permanecimos en su casa un rato, pero noté sus hondas ojeras; así que decidí dejarlo descansar. Me regresé con Ángela, no sin antes recordarle a Eduardo cuanto lo apreciaba. 
Conforme las horas avanzaban, los nervios en mí se notaban más; el palpitar de mi corazón se acrecentó al acercarse el momento de verme con Ian. Alcancé a pensar en dejarlo plantado y fingir demencia, pero sabía cómo era él, entonces me jodería aún más. No era una opción. 
 No sabía si arreglarme con detalle, porque él se daría cuenta que le estaba dando importancia a nuestra “cita” y entonces lo vería como algo a su favor. Pero tampoco pensaba ir con cualquier cosa, es decir, A QUIÉN LE IMPORTA, DEBERÍA DEJAR DE PENSAR EN TANTAS ESTUPIDECES. 
 Finalmente decidí ponerme un vestido corto bastante bonito, pero al mismo tiempo sencillo y agradable. Un poco de maquillaje no sentaba nada mal. Al dar las cinco de la tarde, salí en dirección a la cafetería.

No hay comentarios:

Publicar un comentario