La chica de cabello rizado y
mirada perdida, la mujercita de corta edad que con lágrimas en los ojos se
dirigía a su guarida, aquella a la que todos llamaban habitación. Con un
portazo cerró, arrojó su mochila con una mueca de tormento y se lanzó a la
cama.
Sus sollozos eran amargos, sofocaban a quien
pudiese escucharla. Ella no alcanzaba a comprender el porqué de su existencia,
no anhelaba más ver el brillo del sol, ni despertar. Según pensaba, su único
escape era dormir, era como estar muerta; y eso le gustaba.
La chica de cabello rizado detuvo su llanto
tan repentinamente como lo comenzó, se levantó y se dirigió a la ventana; la
luna ya iluminaba la ciudad. Las personas continuaban su vida normalmente,
nadie se detenía por nada. Así veía la chica a la vida misma, siempre dejando
atrás a los más débiles.
— ¿Qué pasa? — preguntó una voz en su
interior causándole una sensación de frío en el pecho.
—
Ya no quiero seguir en este lugar, las inseguridades me ganan la batalla día
con día. Tengo miedo de lo que pueda suceder conmigo en el futuro, todas las
personas que quiero terminan por dejarme. Nadie puede ver el alcance con el que
he llegado a odiarme; nada de lo que antes me llenaba me regala alegría. Creo
que no tengo nada que perder puesto que ya lo he perdido todo. No encuentro mi
lugar, y siento que mi cuerpo es una prisión que me encadena a mí.
Adiós.
…
La voz en su interior acalló. La chica de
cabello rizado sentía los restos de lágrimas en sus mejillas. Se quitó los
zapatos, bajó a la cocina y se preparó un
tazón de amargo café; la melancolía apareció sin perturbar su soledad. Bebió
firme esperando de alguna manera desarmar el frío que emanaba su herido cuerpo.
Al terminar, el vacío cruel seguía en ella, y
parecía que se había abierto más camino en ella. Volvió a llorar en un canto
doloroso. Tomó un objeto de un cajón, lo apretó firmemente contra su pecho para
después observarlo detenidamente. Dibujó una sonrisa en el reflejo de aquel
cuchillo. Subió las escaleras dejando el tazón de café con el olor del
sufrimiento. Se dirigió al baño, abrió el grifo dejando que el agua caliente
llenara la fría tina.
Cerró la puerta con seguro, sacó su celular
del bolsillo e inició una canción oscura.
— No te detengas, solo hazlo. — la voz en su
cabeza volvió a hacer acto de presencia. Mientras un frío todavía más extremo
recorría su espalda, como si le hubiesen pasado un trozo de hielo. — Ya no te
quedan razones ¿no es así?
La chica golpeó su cabeza contra el lavabo, intentando
dispersar sus pensamientos y borrar a esa voz. Se miró en el espejo de cuerpo
completo y poco a poco comenzó a deshacerse de sus prendas, tan lentamente que
parecía que un movimiento en falso podría destruirla. Volvió a verse en el
espejo, ahora desnuda, las marcas en su piel eran una clase de arte abstracto,
recorriendo desde sus blancas piernas, hasta sus brazos, su vientre y su
garganta. Se deshizo de los torpes brazaletes que portaba y palpó con nostalgia
las cicatrices de sus muñecas, frías y aún dolorosas. Sintió náuseas, pero no
dejó de torturarse con la terrorífica visión que le devolvía impiadoso el
espejo.
El agua comenzaba a derramarse de la tina,
rápidamente ella cerró el grifo. Sus pies desnudos sintieron el ardor del agua
caliente derramada en el suelo, impávidamente la chica de cabello rizado se
sumergió por completo en la tina, y su cuerpo helado tomó calor casi de
inmediato.
Sigo
avanzando hacia el final. Mi corazón se convirtió en hielo. Y aún después de
tanta tristeza, no puedo culpar a nadie de mis propios errores, de mi insana
forma de ver la existencia. Por vivir de los sueños y de las fantasías…me
perdí.
No me salves.
…
Con un trago de aire desesperado, la chica de
cabello rizado sacó su cabeza del agua. Perdida por unos segundos observó hacia
la infinita nada, la música había parado de sonar, el silencio era tan grande
que incluso lastimaba sus oídos, por unos segundos todo alrededor se detuvo y
entonces ella supo que se acercaba el final de todo.
Sonrió torpemente y buscó con la mirada aquel
cuchillo que finiquitaría su presencia. Estiró un poco su brazo y ahí estaba
otra vez el instrumento sobre sus blancas y huesudas manos. Acarició su rostro
con el utensilio, casi con malicia. Observó sus muñecas que parecían adquirir
vida propia, queriéndose alejar con miedo de la muerte.
— ¿No olvidas algo? — resurgió la voz,
risueña y complacida.
—
¿No es suficiente con acabar con el dolor? — contestó la chica enfadada.
—
Debes decir adiós…
La chica de cabellos rizados se alzó un poco
para tomar su celular, y escribió el mensaje:
“Resulta que no hay nada que hacer para
que yo pueda cambiar las cosas, todo se acabó para mí, no necesito
absolutamente nada. Ni deseos de respirar, de reír, de luchar. No les pido que
me lloren, porque en su momento nunca estuvieron para mí. Tampoco quiero que
sientan culpabilidad en sus corazones; Mi muerte es la liberación de otros. Por
favor no finjan extrañarme mientras observan mi ataúd, no es necesario, pues yo
ya no estaré allí, ni en ningún otro lugar. Si alguien alguna vez me amó de
verdad, sepa usted que siento mucho abandonarle, y le suplico no se culpe de
mis actos, y viva en mi honor.
Me
cansé de ser destruida, lo intenté pero tristemente perdí mi canción. Abandoné
mi poema, bajé de la montaña, dejé el borde del pozo. Caí.
Extrañaré
el calor del sol en las mañanas, la compañía de la luna en mis desvelos, el
olor a tierra mojada, el contacto de mis pies al suelo, la pieza musical que
aminoraba mis penas, la delicia de cada sabor. Pero nada de eso vale el nudo en
mi garganta, ni el frío de mi piel entera, el gris de todo lo que tocasen mis
manos.
Me
despido de todos los que trataron de salvarme, y de los que provocaron mi fin,
también.”
…
La chica de cabello rizado, aún con lágrimas
en los ojos, selló su corazón al terminar de escribir esa carta extraña de
despedida. Ella no quería aceptárselo a sí misma, pero estaba esperando que
algo o alguien la salvasen de ese final tan dramático, liberarse. Pero en el
fondo sabía, nada evitaría su…suicidio. La chica colocó el celular sobre un
estante donde cualquiera pudiese verlo y volvió a recostarse en la tina, retomó
el objeto punzocortante. Rozó su muñeca izquierda con el cuchillo, recién se
dio cuenta de que tenía mucho miedo al dolor que pudiese sentir. Irónico y
estúpido, pensó.
— Me permito recordarte que el sufrimiento de
respirar es peor que al físico que ahora sentirás. Solo serán unos instantes, y
después, serás libre. — Opinó la voz con un toque burlón.
— Tienes razón — aceptó la chica.
Ella volvió a sumergirse en el agua para
infundirse valor, ¡no podía seguir retrasando las cosas! ¡Cualquier cosa que le
deparara era mucho mejor que estar ahí! Sabía después de todo, que no existía
un “más allá”. Así que probablemente eso no le preocupaba en lo más mínimo.
Salió del agua, mantuvo el cuchillo sobre su
vientre por unos minutos. Permaneció estática, como si lo único presente ahí
fuera su cuerpo y no ella en realidad, su mirada se mantuvo fija hacia la nada, ya no habían lágrimas, ni sollozos.
Tomó firme el objeto y con un movimiento
seco, realizó un corte horizontal muy profundo en su muñeca izquierda, los
chorros de sangre rojo intenso empezaron a brotar demasiado rápido, cambiando
por completo el color del agua. Ella sin horrorizarse y con el mismo movimiento
seco, efectuó el proceso pero ahora en su muñeca derecha, de igual manera, la
sangre hizo acto de presencia en una cascada carmesí. La chica de cabello
rizado lanzó el cuchillo ensangrentado al suelo, hundió sus dos brazos en el
agua que adquirió un escarlata aún más oscuro.
Aspiró con mucha dificultad, el dolor no fue tan grande, al menos no como el
sufrimiento que ella ya hubiese atravesado anteriormente. La respiración cada
vez se hacía más pausada, más perezosa, los párpados empezaron a pesarle
increíblemente, la chica no se rebeló y cedió ante los cambios de su cuerpo
casi inerte. Al cerrar los ojos por completo, se dejó llevar en medio de una
sonrisa, por la fantasía, estaba quedándose dormida para siempre.
Poco a poco, dejó de sentir el agua mojando
su piel, dejó de escuchar el canto de los pájaros en la ventana, dejó de poner
atención hasta a su propia respiración, dejó de sentirse a sí misma. Y
entonces, Elisa escapó de su cuerpo, para atravesar a un sueño pacífico e
interminable, lejos del desprecio de la gente, de los problemas, de la
depresión. Y al rescatarse del mundo, todas las alegrías se acumularon en su
espíritu desencadenado, para explotar entre centelleos y risas. Acabando con todo.
Elisa
murió sin que nadie pudiese hacer hacer nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario