sábado, 6 de abril de 2013

Elisa (Completo)


La chica de cabello rizado y mirada perdida, la mujercita de corta edad que con lágrimas en los ojos se dirigía a su guarida, aquella a la que todos llamaban habitación. Con un portazo cerró, arrojó su mochila con una mueca de tormento y se lanzó a la cama.
  Sus sollozos eran amargos, sofocaban a quien pudiese escucharla. Ella no alcanzaba a comprender el porqué de su existencia, no anhelaba más ver el brillo del sol, ni despertar. Según pensaba, su único escape era dormir, era como estar muerta; y eso le gustaba.
  La chica de cabello rizado detuvo su llanto tan repentinamente como lo comenzó, se levantó y se dirigió a la ventana; la luna ya iluminaba la ciudad. Las personas continuaban su vida normalmente, nadie se detenía por nada. Así veía la chica a la vida misma, siempre dejando atrás a los más débiles.
  — ¿Qué pasa? — preguntó una voz en su interior causándole una sensación de frío en el pecho.
— Ya no quiero seguir en este lugar, las inseguridades me ganan la batalla día con día. Tengo miedo de lo que pueda suceder conmigo en el futuro, todas las personas que quiero terminan por dejarme. Nadie puede ver el alcance con el que he llegado a odiarme; nada de lo que antes me llenaba me regala alegría. Creo que no tengo nada que perder puesto que ya lo he perdido todo. No encuentro mi lugar, y siento que mi cuerpo es una prisión que me encadena a mí.

  Adiós.

  …

  La voz en su interior acalló. La chica de cabello rizado sentía los restos de lágrimas en sus mejillas. Se quitó los zapatos, bajó a la cocina y se preparó un tazón de amargo café; la melancolía apareció sin perturbar su soledad. Bebió firme esperando de alguna manera desarmar el frío que emanaba su herido cuerpo.

  Al terminar, el vacío cruel seguía en ella, y parecía que se había abierto más camino en ella. Volvió a llorar en un canto doloroso. Tomó un objeto de un cajón, lo apretó firmemente contra su pecho para después observarlo detenidamente. Dibujó una sonrisa en el reflejo de aquel cuchillo. Subió las escaleras dejando el tazón de café con el olor del sufrimiento. Se dirigió al baño, abrió el grifo dejando que el agua caliente llenara la fría tina.

  Cerró la puerta con seguro, sacó su celular del bolsillo e inició una canción oscura.

  — No te detengas, solo hazlo. — la voz en su cabeza volvió a hacer acto de presencia. Mientras un frío todavía más extremo recorría su espalda, como si le hubiesen pasado un trozo de hielo. — Ya no te quedan razones ¿no es así?

  La chica golpeó su cabeza contra el lavabo, intentando dispersar sus pensamientos y borrar a esa voz. Se miró en el espejo de cuerpo completo y poco a poco comenzó a deshacerse de sus prendas, tan lentamente que parecía que un movimiento en falso podría destruirla. Volvió a verse en el espejo, ahora desnuda, las marcas en su piel eran una clase de arte abstracto, recorriendo desde sus blancas piernas, hasta sus brazos, su vientre y su garganta. Se deshizo de los torpes brazaletes que portaba y palpó con nostalgia las cicatrices de sus muñecas, frías y aún dolorosas. Sintió náuseas, pero no dejó de torturarse con la terrorífica visión que le devolvía impiadoso el espejo. 

  El agua comenzaba a derramarse de la tina, rápidamente ella cerró el grifo. Sus pies desnudos sintieron el ardor del agua caliente derramada en el suelo, impávidamente la chica de cabello rizado se sumergió por completo en la tina, y su cuerpo helado tomó calor casi de inmediato.
  Sigo avanzando hacia el final. Mi corazón se convirtió en hielo. Y aún después de tanta tristeza, no puedo culpar a nadie de mis propios errores, de mi insana forma de ver la existencia. Por vivir de los sueños y de las fantasías…me perdí.
No me salves.


  Con un trago de aire desesperado, la chica de cabello rizado sacó su cabeza del agua. Perdida por unos segundos observó hacia la infinita nada, la música había parado de sonar, el silencio era tan grande que incluso lastimaba sus oídos, por unos segundos todo alrededor se detuvo y entonces ella supo que se acercaba el final de todo.

  Sonrió torpemente y buscó con la mirada aquel cuchillo que finiquitaría su presencia. Estiró un poco su brazo y ahí estaba otra vez el instrumento sobre sus blancas y huesudas manos. Acarició su rostro con el utensilio, casi con malicia. Observó sus muñecas que parecían adquirir vida propia, queriéndose alejar con miedo de la muerte.

  — ¿No olvidas algo? — resurgió la voz, risueña y complacida.
— ¿No es suficiente con acabar con el dolor? — contestó la chica enfadada.
— Debes decir adiós…

  La chica de cabellos rizados se alzó un poco para tomar su celular, y escribió el mensaje:

  “Resulta que no hay nada que hacer para que yo pueda cambiar las cosas, todo se acabó para mí, no necesito absolutamente nada. Ni deseos de respirar, de reír, de luchar. No les pido que me lloren, porque en su momento nunca estuvieron para mí. Tampoco quiero que sientan culpabilidad en sus corazones; Mi muerte es la liberación de otros. Por favor no finjan extrañarme mientras observan mi ataúd, no es necesario, pues yo ya no estaré allí, ni en ningún otro lugar. Si alguien alguna vez me amó de verdad, sepa usted que siento mucho abandonarle, y le suplico no se culpe de mis actos, y viva en mi honor.
Me cansé de ser destruida, lo intenté pero tristemente perdí mi canción. Abandoné mi poema, bajé de la montaña, dejé el borde del pozo. Caí.
Extrañaré el calor del sol en las mañanas, la compañía de la luna en mis desvelos, el olor a tierra mojada, el contacto de mis pies al suelo, la pieza musical que aminoraba mis penas, la delicia de cada sabor. Pero nada de eso vale el nudo en mi garganta, ni el frío de mi piel entera, el gris de todo lo que tocasen mis manos.
Me despido de todos los que trataron de salvarme, y de los que provocaron mi fin, también.”


  La chica de cabello rizado, aún con lágrimas en los ojos, selló su corazón al terminar de escribir esa carta extraña de despedida. Ella no quería aceptárselo a sí misma, pero estaba esperando que algo o alguien la salvasen de ese final tan dramático, liberarse. Pero en el fondo sabía, nada evitaría su…suicidio. La chica colocó el celular sobre un estante donde cualquiera pudiese verlo y volvió a recostarse en la tina, retomó el objeto punzocortante. Rozó su muñeca izquierda con el cuchillo, recién se dio cuenta de que tenía mucho miedo al dolor que pudiese sentir. Irónico y estúpido, pensó.


  — Me permito recordarte que el sufrimiento de respirar es peor que al físico que ahora sentirás. Solo serán unos instantes, y después, serás libre. — Opinó la voz con un toque burlón.

  — Tienes razón — aceptó la chica.

  Ella volvió a sumergirse en el agua para infundirse valor, ¡no podía seguir retrasando las cosas! ¡Cualquier cosa que le deparara era mucho mejor que estar ahí! Sabía después de todo, que no existía un “más allá”. Así que probablemente eso no le preocupaba en lo más mínimo.

  Salió del agua, mantuvo el cuchillo sobre su vientre por unos minutos. Permaneció estática, como si lo único presente ahí fuera su cuerpo y no ella en realidad, su mirada se mantuvo fija hacia  la nada, ya no habían lágrimas, ni sollozos.

  Tomó firme el objeto y con un movimiento seco, realizó un corte horizontal muy profundo en su muñeca izquierda, los chorros de sangre rojo intenso empezaron a brotar demasiado rápido, cambiando por completo el color del agua. Ella sin horrorizarse y con el mismo movimiento seco, efectuó el proceso pero ahora en su muñeca derecha, de igual manera, la sangre hizo acto de presencia en una cascada carmesí. La chica de cabello rizado lanzó el cuchillo ensangrentado al suelo, hundió sus dos brazos en el agua que adquirió un escarlata aún más oscuro.

  Aspiró con mucha dificultad, el dolor  no fue tan grande, al menos no como el sufrimiento que ella ya hubiese atravesado anteriormente. La respiración cada vez se hacía más pausada, más perezosa, los párpados empezaron a pesarle increíblemente, la chica no se rebeló y cedió ante los cambios de su cuerpo casi inerte. Al cerrar los ojos por completo, se dejó llevar en medio de una sonrisa, por la fantasía, estaba quedándose dormida para siempre.

  Poco a poco, dejó de sentir el agua mojando su piel, dejó de escuchar el canto de los pájaros en la ventana, dejó de poner atención hasta a su propia respiración, dejó de sentirse a sí misma. Y entonces, Elisa escapó de su cuerpo, para atravesar a un sueño pacífico e interminable, lejos del desprecio de la gente, de los problemas, de la depresión. Y al rescatarse del mundo, todas las alegrías se acumularon en su espíritu desencadenado, para explotar entre centelleos y risas. Acabando con todo.

  Elisa murió sin que nadie pudiese hacer hacer nada.

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