jueves, 17 de octubre de 2013

Armonía, un mensaje.

Me pregunto, fuera de poemas basura y problemas psicológicos, ¿cuántas veces habré oído esta canción? Creo que la hago sonar cada vez que se me antoja hundir la cara entre las sábanas y desechar hasta mi propia existencia. Unas lágrimas bastan para completar el ritual.

Decidí que escribiré más seguido, sabiendo que no tengo idea sobre qué escribir. Me guío débilmente de las canciones que escucho, creando situaciones imaginarias...o no tan imaginarias. Prometo terminar esa novela.

No recuerdo haber hecho algo que me gustara después de LLanto de libertad. ¿Puedo inventar que bebo amargo café, que he leído a escritores que la gente con complejo de borrego no conoce y que no paro de fumar? ¿Puedo inventar una tragedia como excusa a mis lastimosos poemas? ¿Puedo corregir una por una mis palabras hasta encontrar la adecuada en un ameno vicio solitario?

O me sincero un poco y confieso que a veces harta el café, que he leído poco y dejé el tabaco. Que mi vida no es una tragedia y por más que embellezca las palabras, siempre saldrá algo mal. Que escribir ya no es ameno, es tortuoso; pero que no podré dejarlo jamás. Que tengo un amor por el cual escuchar canciones de amor con lírica mediocre. Me puedo sincerar, sí.

Te diré que ojalá alguien me obsequiara una máquina de escribir y un abrazo. Te diré que nunca leí para impresionar a la gente, y que jamás hice poesía para conquistar. Te diré que tengo pocos amigos, y que salgo rara vez. Te diré también que me he equivocado demasiado, que ahora quise dejarme a merced del tiempo y que espero reconciliarme con los sinónimos. Te diré que a veces fantaseo con el suicidio sabiendo que jamás concretaré nada.

Ojalá llegue inspiración, aunque aquel escritor haya dicho que la inspiración es una idiotez que inventamos nosotros los poetas de porquería que nadie quisiera leer.

Ojalá vengas, poesía.

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