miércoles, 24 de abril de 2013

Miércoles

No sé cómo en ocasiones puedes dudar que te amo; cuando me llevo los días con el móvil en la mano, y las noches con él junto a mi cama, solo esperando un mensaje, una llamada. ¿De quién más si no es de ti?
 
  ¿Cómo puedes dudar? Si ante nuestras discusiones, por más mínimas que sean, me siento ausente y las lágrimas me alcanzan. Si cada vez que hago algo mal deseo remediarlo alejándome para dejar de dañarte. Si cuando me hieres me siento vacía, sin ánimos para sonreírle a los que diariamente pueden verme. ¿Cómo puedes decir que yo no te amo? Cuando lo primero que hago es asegurarme de que te encuentras bien; cuando sin creer en Dios, le pido a no sé qué fuerza que llegues con bien a tu casa, que te cuide de lo que yo no puedo, que desde lejos te haga sentir todo el amor que emano para ti. Si cuando digo que nunca nadie me había hecho sentirme tan amada y tan completa, es porque así es.

Martes

A veces me molestas como no te imaginas, me provocas dolores de cabeza, frustración y también muchas lágrimas. Pero todo eso  se reduce a nada cuando me dices una y mil veces que me amas, cuando esta,ps juntos, sí, y yo te siento. Cuando charlamos de cualquier tontería, cuando demostramos que nos necesitamos. Cuando tengo la certeza de que estás esperándome.

Lunes

¿Sabes qué fue lo que hizo que terminara por enamorarme de ti? Tu esencia me parecía misteriosa, a veces tan cercano y después distante; creo que te transformaste una molestia para mí, sí ¡una molestia! Porque quería saber más allá de lo que aparentemente eras, y me frustraba. Porque deseaba decirte sin más cuanto anhelaba yo curarte ¿de qué? No lo sabía.
 
  No encuentro la forma de hacerte entender cuan importante eres ahora en mi vida, que tanto te he amado durante cada día que hemos compartido; aun con las discusiones, las mentiras, las dudas y los silencios.

  "Entonces yo no sabía que pasaba del otro lado, qué era de ti en intervalos anónimos, qué extraños sucesos acontecían..."

martes, 23 de abril de 2013

Cuatro años hacia delante XV



— Ay Dios — dijo Ceci después de que terminé de relatar mi horrible historia. — Qué descaro, Phany era una completa zorra.
— No, no, no. Como si eso justificara a Ian, Ceci, por favor… — me reí sarcásticamente.
— Pues claro que no lo justifica, pero Phany era como una hermana para ti — opinó Ángela — lo que no entiendo es cómo Ian sigue negando las cosas ante la evidente prueba.
— ¡Tampoco yo lo entiendo! — me frustré — Me parece un enorme descaro. Ya le había perdonado, ¿qué más quiere de mí…?
— No creo que haya venido hasta aquí a buscarte solo porque sí, en mi opinión, amiga; tienes que darle la oportunidad de explicarte.
—Y se la daré, pero eso no cambiará absolutamente nada. No puedo olvidarlo, simple y llanamente.
— Mañana iré a ver a Eduardo, pero les pido, déjenme ir sola.
— Como tú quieras — aceptó Cecilia.
— ¿A qué vas? — preguntó Ángela.
— No sé exactamente, necesito hablar con él. Realmente lo quiero, y no deseo perderlo.

Al día siguiente me levanté muy temprano para evitar cualquier otro cuestionamiento por parte de Ángela. Me arreglé como pude y tomé un taxi directo a la casa de Eduardo. Al verme llegar, él sonrió a medias, se notaba que no esperaba mi presencia.

—Son las siete de la mañana de un domingo precioso para no levantarse de la cama — rió sin alegría — ¿por qué estás aquí?
— Tú y yo necesitamos hablar — aclaré.

Sin su permiso, entré a su casa siendo seguida por él. Me sentí incómoda, parecía que toda la confesión del día anterior, y las palabras de amor, se habían hecho polvo con la aparición de Ian.

— Ayer dijiste que me amabas — mencioné sin más.
— Te amo, pero tú no a mí…
— Sí, sí te amo…
— Pero amas más a Ian. Tu reacción cuando él llegó, la forma en que lo mirabas…no me puedes negar que aún está presente en tu corazón. Solo...podemos olvidarlo. Ve con él.
— No. Que haya aceptado escucharlo es algo muy distinto. Yo, Eduardo, yo quiero estar contigo. Él se irá, no volverá a molestarme después de esto.
— ¿Lo dices en serio?
— Muy en serio Eduardo, eres tú la persona correcta.
— Vas a viajar…
— Pues volveré por ti.

Ambos nos quedamos callados por unos segundos, él me miraba y reuní las fuerzas necesarias para notarme firme en lo había dicho. Eduardo acarició mi mejilla y después me abrazó.

— Te creo.

Permanecimos en su casa un rato, pero noté sus hondas ojeras; así que decidí dejarlo descansar. Me regresé con Ángela, no sin antes recordarle a Eduardo cuanto lo apreciaba. 
Conforme las horas avanzaban, los nervios en mí se notaban más; el palpitar de mi corazón se acrecentó al acercarse el momento de verme con Ian. Alcancé a pensar en dejarlo plantado y fingir demencia, pero sabía cómo era él, entonces me jodería aún más. No era una opción. 
 No sabía si arreglarme con detalle, porque él se daría cuenta que le estaba dando importancia a nuestra “cita” y entonces lo vería como algo a su favor. Pero tampoco pensaba ir con cualquier cosa, es decir, A QUIÉN LE IMPORTA, DEBERÍA DEJAR DE PENSAR EN TANTAS ESTUPIDECES. 
 Finalmente decidí ponerme un vestido corto bastante bonito, pero al mismo tiempo sencillo y agradable. Un poco de maquillaje no sentaba nada mal. Al dar las cinco de la tarde, salí en dirección a la cafetería.

El túnel. Capítulo 36


Fue una espera interminable. No sé cuánto tiempo pasó en los relojes, de ese tiempo anónimo y universal de los relojes, que es ajeno a nuestros sentimientos, a nuestros destinos, a la formación o al derrumbe de un amor, a la espera de una muerte. Pero de mi propio tiempo fue una cantidad inmensa y complicada, lleno de cosas y vueltas atrás, un río oscuro y tumultuoso a veces, y a veces extrañamente calmo y casi mar inmóvil y perpetuo donde María y yo estábamos frente a frente contemplándonos estáticamente, y otras veces volvía a ser río y nos arrastraba como en un sueño a tiempos de infancia y yo la veía correr desenfrenadamente en su caballo, con los cabellos al viento y los alucinados, y yo me veía en mi pueblo del sur, en mi pieza de enfermo, con la cara pegada al vidrio de la ventana, mirando la nieve con ojos también alucinados. Y era como si los dos hubiéramos estado viviendo en pasadizos o túneles paralelos, sin saber que íbamos el uno al lado del otro, como almas semejantes en tiempos semejantes, para encontrarnos al fin de esos pasadizos, delante de una escena pintada por mí, como clave destinada a ella sola, como un secreto anuncio de que ya estaba yo allí y que los pasadizos se habían por fin unido y que la hora del encuentro había llegado.

¡La hora del encuentro había llegado! Pero ¿realmente los pasadizos se habían unido y nuestras almas se habían comunicado? ¡Qué estúpida ilusión mía había sido todo esto! No, los pasadizos seguían paralelos como antes, aunque ahora el muro que los separaba fuera como un muro de vidrio y yo pudiese verla a María como una figura silenciosa e intocable… No, ni siquiera ese muro era siempre así: a veces volvía a ser de piedra negra y entonces yo no sabía que pasaba del otro lado, qué era de ella en esos intervalos anónimos, qué extraños sucesos acontecían; y hasta pensaba que en esos momentos su rostro cambiaba y que una mueca de burla lo deformaba y que quizá había risas cruzadas con otro y que toda la historia de los pasadizos era una ridícula invención o creencia mía y que en todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había trascurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida. Y en uno de esos trozos transparentes del muro de piedra yo había visto a esa muchacha y había creído ingenuamente que venía por otro túnel paralelo al mío, cuando en realidad pertenecía al ancho mundo, al mundo sin límites de los que no viven en túneles; y quizá se había acercado por curiosidad a una de mis extrañas ventanas y había entrevisto el espectáculo de mi insalvable soledad, o le había intrigado el lenguaje mudo, la clave de mi cuadro. Y entonces, mientras yo avanzaba siempre por mi pasadizo, ella vivía afuera su vida normal, la vida agitada que llevan esas gentes que viven afuera, esa vida curiosa y absurda en que hay bailes y fiestas y alegría y frivolidad. Y a veces me sucedía que cuando yo pasaba frente a una de mis ventanas ella estaba esperándome muda y ansiosa (¿por qué esperándome? ¿Y por qué muda y ansiosa?); pero a veces sucedía que ella no llegaba a tiempo o se olvidaba de este pobre ser encajonado, y entonces yo, con la cara apretada contra el muro de vidrio, la veía a los lejos sonreír o bailar despreocupadamente o, lo que era peor, no la veía en absoluto y la imaginaba en lugares inaccesibles o torpes. Y entonces sentía que mi destino era infinitamente más solitario que lo que había imaginado.

lunes, 15 de abril de 2013

No dudo

Daría cualquier cosa porque él supiera cuanto yo he llegado a amarlo, cuanta tristeza me traería su ausencia. Quisiera que él en mis caricias desesperadas y mis besos intensos notara lo hermoso que resulta a mis ojos.

  Desearía que él una vez se viera con mis ojos; y encontrara esos labios tan maravillosos y tan acordes a los míos, esa piel de una textura que incita a acariciarla, la forma de esas cejas y la profundidad de sus ojos que expresan mucho más que mis palabras y las suyas puestas juntas.

  Anhelo que una vez sienta con mi corazón; esas miles de quejas que solo me causan risas tontas, la poesía y las historias, la magia y los deseos que hacen derramar mis lágrimas de alegría. Por sentir que existe quien ama mi esencia, quien no abandona al primer problema, quien ha permanecido y me ha cuidado sin saberlo.

  Porque lo amo tanto que sin reparo le entregaría mis sueños para que complete los suyos, porque lo amo tanto que si tuviera que dejarlo ir para demostrarle de que manera me importa, lo haría, lo haría aunque a mi existencia le siguiera un gran vacío.

domingo, 14 de abril de 2013

Nos encontramos

Mi cuerpo temblaba de arriba a abajo, sentía que todas mis terminaciones cobraban vida, y mi respiración se aceleraba a cada paso que acortaba la distancia entre tú y yo. Sentí frío, apesar del inmenso calor que rodeaba la ciudad, nada me detenía, ninguna duda, ninguna angustia, ninguna vacilación que no fuera la de mi corazón.

  Te tuve frente a mí, y las lágrimas encharcaron mi rostro; me sentí como una niña. Tuve que alzar la vista. Quería grabar cada movimiento de ese instante en mi memoria para siempre. Me miraste, mis ojos y los tuyos se unieron en un brillo demasiado hermoso.

  Antes de atreverme a hundirme en tus brazos, coloqué mi mano sobre tu mejilla y acaricié tu piel, creo recordar que cerraste los ojos suspirando. Te palpé los labios. Entonces sin pensarlo más me arrojé sobre ti y aspiré profundamente tu aroma, sentí que mi pecho se hastiaba de tanta alegría, de tal grado de emoción, de tanta ternura y tanto amor.

  Nos reímos de nosotros mismos, al entrelazar las manos las notamos heladas. Nos miramos y tus labios con los míos se ajustaron. Yo sentí que la vida ingresaba a mis pulmones, que las esperas y los silencios habían válido por unir nuestras bocas, por arrimarme a tu cuerpo y darme cuenta que nuestros corazones latían con la misma intensidad. Por ser amada por la persona más maravillosa de la que pude enamorarme.

  Sonreíste y te imité, volví a besarte hasta que me faltara el aliento y debiera parar. Parecía que tu cuerpo encajaba idealmente con el mío. Me sentí segura entre tus brazos, con nuestras manos apenas reconociéndonos. Tú con cuidado memorizas la textura de mi piel, la forma de mis labios, la suavidad de mi cabello, la forma de mi cuerpo. Disfruto al rozar tu cuerpo, al enterrar mis manos en tu cabello, al morder una y otra vez esos labios objeto de mis delirios y mis más desquiciados anhelos. Soy tan amada, eres tan amado.

  Al fin estamos en la misma cama, representando aquel amor tanto tiempo contenido, tan reducido a palabras. Ahora lo transformamos en roces físicos, caricias perpetuas, nuestros cuerpos fusionados, transpirados. Las respiraciones entre cortadas, las sonrisas traviesas, el amor ya hecho. Te has vuelto mío, me he vuelto tuya.

sábado, 13 de abril de 2013

Amorosa

Mi niño perfecto, estabas frente a mí otra vez; con esos ojos coquetos que parecían esconder miles de historias. Mi amor secreto, estabas dirigiéndote al salón de clases, con tu cabello despeinado, tu sonrisa traviesa y esa voz que en mis noches de insomnio retumbaba.

  Estabas tan distraído que ni siquiera me viste pasar, caminé zapateando de forma exagerada con la esperanza de que me verías, de que esos ojos cafés tan hermosos tendrían la necesidad de ver los míos. Corriste hacia tus amigos como si yo no existiera, y tal vez así era. Los saludaste efusivamente y yo te vi por última vez antes de entrar en el salón y escribir poemas tontos con versos dedicados a tu esencia y al amor que tantos años he guardado para ti.

Inevitable ausencia


Nunca había llorado por amor como lloré ese día. El nudo en la garganta comenzaba a asfixiarme, me encerré en el baño y me quebré. Lágrimas desfilaron por mi rostro, sentí dolor. Entonces supe que realmente yo te amaba.
   Pero ahora no sé qué hacer, siento que todo se me escapa de las manos, siento que te pierdo inevitablemente. Y aunque aún no te has ido, estoy sintiendo ya la tristeza de tu ausencia.

sábado, 6 de abril de 2013

Para que el mundo sepa.


  Que jamás quepa en ti la duda; te amo. Te amaré siempre. ¿Sabes por qué estoy tan segura? Porque en este mundo no existe nadie que pueda hacerme sentir tantas cosas sin siquiera tener que tocarme.

Elisa (Completo)


La chica de cabello rizado y mirada perdida, la mujercita de corta edad que con lágrimas en los ojos se dirigía a su guarida, aquella a la que todos llamaban habitación. Con un portazo cerró, arrojó su mochila con una mueca de tormento y se lanzó a la cama.
  Sus sollozos eran amargos, sofocaban a quien pudiese escucharla. Ella no alcanzaba a comprender el porqué de su existencia, no anhelaba más ver el brillo del sol, ni despertar. Según pensaba, su único escape era dormir, era como estar muerta; y eso le gustaba.
  La chica de cabello rizado detuvo su llanto tan repentinamente como lo comenzó, se levantó y se dirigió a la ventana; la luna ya iluminaba la ciudad. Las personas continuaban su vida normalmente, nadie se detenía por nada. Así veía la chica a la vida misma, siempre dejando atrás a los más débiles.
  — ¿Qué pasa? — preguntó una voz en su interior causándole una sensación de frío en el pecho.
— Ya no quiero seguir en este lugar, las inseguridades me ganan la batalla día con día. Tengo miedo de lo que pueda suceder conmigo en el futuro, todas las personas que quiero terminan por dejarme. Nadie puede ver el alcance con el que he llegado a odiarme; nada de lo que antes me llenaba me regala alegría. Creo que no tengo nada que perder puesto que ya lo he perdido todo. No encuentro mi lugar, y siento que mi cuerpo es una prisión que me encadena a mí.

  Adiós.

  …

  La voz en su interior acalló. La chica de cabello rizado sentía los restos de lágrimas en sus mejillas. Se quitó los zapatos, bajó a la cocina y se preparó un tazón de amargo café; la melancolía apareció sin perturbar su soledad. Bebió firme esperando de alguna manera desarmar el frío que emanaba su herido cuerpo.

  Al terminar, el vacío cruel seguía en ella, y parecía que se había abierto más camino en ella. Volvió a llorar en un canto doloroso. Tomó un objeto de un cajón, lo apretó firmemente contra su pecho para después observarlo detenidamente. Dibujó una sonrisa en el reflejo de aquel cuchillo. Subió las escaleras dejando el tazón de café con el olor del sufrimiento. Se dirigió al baño, abrió el grifo dejando que el agua caliente llenara la fría tina.

  Cerró la puerta con seguro, sacó su celular del bolsillo e inició una canción oscura.

  — No te detengas, solo hazlo. — la voz en su cabeza volvió a hacer acto de presencia. Mientras un frío todavía más extremo recorría su espalda, como si le hubiesen pasado un trozo de hielo. — Ya no te quedan razones ¿no es así?

  La chica golpeó su cabeza contra el lavabo, intentando dispersar sus pensamientos y borrar a esa voz. Se miró en el espejo de cuerpo completo y poco a poco comenzó a deshacerse de sus prendas, tan lentamente que parecía que un movimiento en falso podría destruirla. Volvió a verse en el espejo, ahora desnuda, las marcas en su piel eran una clase de arte abstracto, recorriendo desde sus blancas piernas, hasta sus brazos, su vientre y su garganta. Se deshizo de los torpes brazaletes que portaba y palpó con nostalgia las cicatrices de sus muñecas, frías y aún dolorosas. Sintió náuseas, pero no dejó de torturarse con la terrorífica visión que le devolvía impiadoso el espejo. 

  El agua comenzaba a derramarse de la tina, rápidamente ella cerró el grifo. Sus pies desnudos sintieron el ardor del agua caliente derramada en el suelo, impávidamente la chica de cabello rizado se sumergió por completo en la tina, y su cuerpo helado tomó calor casi de inmediato.
  Sigo avanzando hacia el final. Mi corazón se convirtió en hielo. Y aún después de tanta tristeza, no puedo culpar a nadie de mis propios errores, de mi insana forma de ver la existencia. Por vivir de los sueños y de las fantasías…me perdí.
No me salves.


  Con un trago de aire desesperado, la chica de cabello rizado sacó su cabeza del agua. Perdida por unos segundos observó hacia la infinita nada, la música había parado de sonar, el silencio era tan grande que incluso lastimaba sus oídos, por unos segundos todo alrededor se detuvo y entonces ella supo que se acercaba el final de todo.

  Sonrió torpemente y buscó con la mirada aquel cuchillo que finiquitaría su presencia. Estiró un poco su brazo y ahí estaba otra vez el instrumento sobre sus blancas y huesudas manos. Acarició su rostro con el utensilio, casi con malicia. Observó sus muñecas que parecían adquirir vida propia, queriéndose alejar con miedo de la muerte.

  — ¿No olvidas algo? — resurgió la voz, risueña y complacida.
— ¿No es suficiente con acabar con el dolor? — contestó la chica enfadada.
— Debes decir adiós…

  La chica de cabellos rizados se alzó un poco para tomar su celular, y escribió el mensaje:

  “Resulta que no hay nada que hacer para que yo pueda cambiar las cosas, todo se acabó para mí, no necesito absolutamente nada. Ni deseos de respirar, de reír, de luchar. No les pido que me lloren, porque en su momento nunca estuvieron para mí. Tampoco quiero que sientan culpabilidad en sus corazones; Mi muerte es la liberación de otros. Por favor no finjan extrañarme mientras observan mi ataúd, no es necesario, pues yo ya no estaré allí, ni en ningún otro lugar. Si alguien alguna vez me amó de verdad, sepa usted que siento mucho abandonarle, y le suplico no se culpe de mis actos, y viva en mi honor.
Me cansé de ser destruida, lo intenté pero tristemente perdí mi canción. Abandoné mi poema, bajé de la montaña, dejé el borde del pozo. Caí.
Extrañaré el calor del sol en las mañanas, la compañía de la luna en mis desvelos, el olor a tierra mojada, el contacto de mis pies al suelo, la pieza musical que aminoraba mis penas, la delicia de cada sabor. Pero nada de eso vale el nudo en mi garganta, ni el frío de mi piel entera, el gris de todo lo que tocasen mis manos.
Me despido de todos los que trataron de salvarme, y de los que provocaron mi fin, también.”


  La chica de cabello rizado, aún con lágrimas en los ojos, selló su corazón al terminar de escribir esa carta extraña de despedida. Ella no quería aceptárselo a sí misma, pero estaba esperando que algo o alguien la salvasen de ese final tan dramático, liberarse. Pero en el fondo sabía, nada evitaría su…suicidio. La chica colocó el celular sobre un estante donde cualquiera pudiese verlo y volvió a recostarse en la tina, retomó el objeto punzocortante. Rozó su muñeca izquierda con el cuchillo, recién se dio cuenta de que tenía mucho miedo al dolor que pudiese sentir. Irónico y estúpido, pensó.


  — Me permito recordarte que el sufrimiento de respirar es peor que al físico que ahora sentirás. Solo serán unos instantes, y después, serás libre. — Opinó la voz con un toque burlón.

  — Tienes razón — aceptó la chica.

  Ella volvió a sumergirse en el agua para infundirse valor, ¡no podía seguir retrasando las cosas! ¡Cualquier cosa que le deparara era mucho mejor que estar ahí! Sabía después de todo, que no existía un “más allá”. Así que probablemente eso no le preocupaba en lo más mínimo.

  Salió del agua, mantuvo el cuchillo sobre su vientre por unos minutos. Permaneció estática, como si lo único presente ahí fuera su cuerpo y no ella en realidad, su mirada se mantuvo fija hacia  la nada, ya no habían lágrimas, ni sollozos.

  Tomó firme el objeto y con un movimiento seco, realizó un corte horizontal muy profundo en su muñeca izquierda, los chorros de sangre rojo intenso empezaron a brotar demasiado rápido, cambiando por completo el color del agua. Ella sin horrorizarse y con el mismo movimiento seco, efectuó el proceso pero ahora en su muñeca derecha, de igual manera, la sangre hizo acto de presencia en una cascada carmesí. La chica de cabello rizado lanzó el cuchillo ensangrentado al suelo, hundió sus dos brazos en el agua que adquirió un escarlata aún más oscuro.

  Aspiró con mucha dificultad, el dolor  no fue tan grande, al menos no como el sufrimiento que ella ya hubiese atravesado anteriormente. La respiración cada vez se hacía más pausada, más perezosa, los párpados empezaron a pesarle increíblemente, la chica no se rebeló y cedió ante los cambios de su cuerpo casi inerte. Al cerrar los ojos por completo, se dejó llevar en medio de una sonrisa, por la fantasía, estaba quedándose dormida para siempre.

  Poco a poco, dejó de sentir el agua mojando su piel, dejó de escuchar el canto de los pájaros en la ventana, dejó de poner atención hasta a su propia respiración, dejó de sentirse a sí misma. Y entonces, Elisa escapó de su cuerpo, para atravesar a un sueño pacífico e interminable, lejos del desprecio de la gente, de los problemas, de la depresión. Y al rescatarse del mundo, todas las alegrías se acumularon en su espíritu desencadenado, para explotar entre centelleos y risas. Acabando con todo.

  Elisa murió sin que nadie pudiese hacer hacer nada.

martes, 2 de abril de 2013

Una pequeña luz

Elena despertó entre las sábanas de color rosa pálido, el aroma del perfume de David le dominaba el cuerpo haciéndola sonreír en medio de un suspiro. Se talló los ojos y bostezó, colocó su cabello negro y lacio sobre su hombro izquierdo; la noche anterior había sido maravillosa, hasta le parecía irreal.
Ella y David habían unido sus cuerpos para consumar el descomunal amor que sentían. Elena amaba a aquel muchacho de tez blanca y ojos verdes. Y David, por supuesto, no podía adorar más a la joven, tan bella, tan para él.
Esa noche David la había despojado del vestido rojo, le había arrancado la ropa interior y al son de los jadeos, los suspiros, el ritmo acelerado de sus corazones; entró en ella para quedarse. A deshoras Elena le obsequió la magia de la embriagadora belleza de su cuerpo desnudo, besos tan necesarios, caricias exactas, cuerpos transpirados. David alcanzó el éxtasis dedicándole a ella un te amo, al mismo tiempo Elena alcanzó el cielo.

— Buenos días — dijo David suavemente, haciendo que Elena perdiera el hilo de sus recuerdos.
— Buenos días, querido mío — rió ella acariciándole la mejilla.

Apagarse

No quiero continuar sintiéndome así, creo que los días son demasiado largos, ruego por quedarme dormida y disfrutar de la inconsciencia