viernes, 1 de noviembre de 2013

Papel tapiz

Otra vez me dejé llevar por una emoción; un impulso estúpido en realidad. Creo que me envolví en un sueño, una utopía barata de meses: los que parecían maravillosos e inusuales a mi vida cotidiana. ¿Y qué es mi vida cotidiana? Tafil, cigarros, amigos, alcohol, libros, poesía y terrores nocturnos.

Cuanto le aterrorizaba a Corina la llegada de la noche, porque los recuerdos se le clavaban en la cabeza sin piedad. El dolor le era insoportable, y solo esperaba que apareciera el sol anunciando un nuevo día. Tan alentador y fatídico a la vez.

Oh, malditas lágrimas. Corina nunca pudo ser feliz. Ella se dedicó a sobrevivir. Quiere morir entre un puñado de letras. Volverse una galaxia: la más hermosa de todas. O tan solo aspira a volar, desaparecer en el horizonte. Al final, quizá solo acabe por ser una mota de polvo.

Estás encarcelada, odias tu prisión pero te aferras a ella. Suplicas salvación aun cuando te entierras con éxtasis en tu dolor. Oh, piano encantador, que me atrapas. Dominas mi mano derecha, le obligas a escribir sin detenerse. Piano, conquistas mi espíritu. Ahora solo eres tú mi amor.

¿Hasta cuando, Corina? Depresión, pastillas. Ojalá fueses protagonista de una de las historias que te empeñas en leer.

Corina se hartó de escribir, y llegué a ocupar su lugar. Tengo que sostener su mundo, evitarle las ansias de morir. Debo ahuyentar sus pesadillas, propinarle besos en la frente. Debo adivinar la amargura escondida detrás de sus sonrisas.
La he espiado, oh dios, cuanta alegría ensaya frente al espejo. Qué profundo desazón provoca verla agachar la mirada y suspirar. Sabe que necesita ser rescatada, pero no lo desea.
Mi Corina, te han decepcionado un sinfín de ocasiones. Debo permanecer cerca de ti, tan cerca. Recogeré los cigarros que olvidaste en el escritorio, desecharé aquel extraño polvo entre tus libros. Te recordaré quién eres. Lo prometo.

No soy una princesa, ahora me doy cuenta de lo que realmente soy: una muñeca vieja y rota; aquella que espera la llegada de una dulce niña que la ame con todo y sus cicatrices, su cabello enmarañado, y sus labrios agrietados formando una sonrisa vacía. Lleva a la muñeca muy lejos, pequeña. Llévatela para siempre.

Mi corazón hoy se apagó, no insistirá nunca más. Puedo crear mil metáforas torpes para transformar este agotamiento en un escrito más. ¿Cuántos le seguirán a este? ¿Cuántos más?

Nirvana, llega a mi alma. Te ruego que me separes de la incertidumbre. Desintoxicame de todo. Hazme olvidar.

Ahí está la cruel caja musical, el aroma desesperado del perfume, la colección de notas, la caligrafía inentendible, fotografías.

Su nombre aún es visible. ¡Entiérrame! ¿Qué fue lo último que pronunció su boca?

Cada vez escojo melodías que me destrozan más. Eterno repertorio de melancolías.

Angustia, devórame. Angustia, no me obsequies más esperanzas. Trágame, redúceme a nada. Aquí, ahora.
Sollozos, acaben su acto. No puedo acordarme de su rostro. No sé quién es Corina, lo juro.

Luces, guíenme a casa. Estrellas, háganme parte de ustedes. Abandono mi cuerpo.

Temo dejar de escribir esto, me horrorizan las voces de las paredes. He acariciado la locura, ellas gritan, aclaman mi atención.

¡Arranca el papel tapiz! ¡Allí siguen tus versos! ¡Arráncalo! ¡Desgárralo! ¡Allí está el ataúd, obsérvalo!

¡Ahí estás, Corina!

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