Flashback
Decidimos que Carlo nos llevaría a la casa
de Ian para asearnos y arreglarnos, para después irnos a algún restaurante a
conversar para mantenernos al día de la vida de cada uno. Cuando subimos al
auto de Carlo, me deslicé silenciosamente en el asiento trasero, jalando a
Ángela y a Natalia conmigo, satisfecha de haber atrapado a Ian para que se
sentara en el asiento delantero, lejos de mí. Sin que nadie pudiera notarlo,
miré al chico analíticamente, mi fascinación se incrementaba al ver su cabello
alborotado que parecía tener vida propia. Ian ocultó sus violentos ojos en unos
lentes oscuros y dejaba caer ceniza de su cigarrillo por la ventana. Fue
excitante, tuve que limpiar mis babas mentalmente y dirigir mi mirada y
pensamientos hacia otra parte.
Carlo finalmente se detuvo ante una casa
pequeña y de aspecto cotidiano.
-Bien, sanos y salvos – anunció Carlo –
vendré con Natalia en unas dos horas para irnos al restaurante, así que
preparen sus historias – nos animó.
-Gracias por traernos Carlo, hasta entonces
– me despedí mientras Ian se encargaba de bajar mis maletas y las de Ángela.
Rápidamente el auto se alejó.
-Déjame ayudarte – pedí a Ian.
-No te preocupes – sonrió presuntuoso – yo
puedo llevarlas sin problema.
Me encogí de hombros, enganché mi brazo al
de Ángela y ambas entramos a la casa dando saltitos con entusiasmo.
En contexto la casa de Ian parecía bastante
acogedora y de un matiz rústico. La pequeña sala me pareció demasiado elegante,
y todo lo demás, como ya he dicho, bastante común para un hombre que vive solo.
Y todo estaba excesivamente ordenado. Me pareció extraño y me causó cierto
humor, Ian siempre había sido un chico muy rebelde y desordenado, no podía
imaginármelo lavando ropa o siquiera levantando un plato. Incluso, aunque mi
orgullo me lo impedía, me moría por preguntarle qué había hecho de su vida para
convertirse en lo que ahora era, ¿había cumplido su sueño de ser un dibujante
reconocido? ¿O un escritor que no se peina nunca? O quizás ambas. ¡Moría por
saber de él fuera de su nueva fachada con facciones maduras y perfectas! Tal
vez en el fondo podría encontrar al Ian de dieciocho años, egocéntrico, loco,
soñador, apasionado y alérgico a las normas.
-¿Piensas quedarte ahí todo el día? – rió
Ian.
Me despabilé y me di cuenta de que estaba
parada como idiota en la entrada mientras Ángela me miraba ahogando una risa.
Entré inmediatamente cerrando la puerta.
-Están en su casa – anunció el chico de ojos
negros – Síganme, las llevaré a sus habitaciones.
Ángela y yo lo seguimos tímidamente hacia
las escaleras. Ian se detuvo en la primera puerta que se le cruzó, se introdujo
en la habitación y colocó mis maletas.
-Este es mi cuarto, bienvenida – me miró –
aquí dormirás. Ya regreso, llevaré a Ángela al de huéspedes – finalizó
llevándose a mi amiga.
-De acuerdo – dije sin que nadie me
escuchara.
Suspiré melancólica, me dejé caer en el
colchón y acaricié el suave edredón. Me reí con ternura al sentir la magia recorrerme
el cuerpo, miré a mí alrededor, las paredes estaban decoradas con dibujos
fantásticos que aun me cuesta describir. Me recosté perdiéndome un rato en
aquellos trazos tan perfectos de mi Ian. Cerré los ojos por dos segundos,
después giré mi cuerpo a un lado y me encontré con algo que provocó un enorme
nudo en mi garganta, me levanté y tomé el objeto con las manos temblorosas. Mis
ojos ardían, era una fotografía de nosotros dos, ¿por qué carajo la conservaba?
Nos veíamos tan plenos, tan felices, tan enamorados uno del otro. Me sentí
miserable y feliz al mismo tiempo.
-Regresé – la voz de Ian a mis espaldas me
hizo gritar, él rió burlón.
-Me asustaste – dije dejando la fotografía y
volviéndome.
-Disculpe señorita – respondió noblemente –
no era mi intención molestarle – besó mi mano de manera exagerada.
-¿Intentas ser gracioso? – me irrité.
-Claro que no – dijo sereno - ¿te gusta tu
habitación?
-Habitación temporal. Y no está tan mal –
respondí indiferente – Al menos no es un desmadre como el que solías tener –
reí.
-No soy el mocoso que conocías – sonrió
apagado.
-Eso dices.
Ian clavó su mirada en mí por unos segundos,
después se acercó y acarició mi mejilla con suavidad.
-Ya había olvidado la sensación de tocar tu
piel – recorrió mi hombro – el calor que emanas – aferró mi cabello – el
perfume de tus rizos – paló mis labios – la forma de corazón de tu labios.
Cerré los ojos, aquello se estaba saliendo
de mis manos y por un segundo pensé en lanzarme sobre él y comérmelo a besos.
-Basta – susurré, pero él intensificó sus
caricias- ¡dije basta! – grité empujándolo contra la pared.
-Discúlpame por favor, yo…arréglate y
dúchate, la recámara de Ángela está al fondo. Yo las esperaré en la sala. –
huyó de la recámara.
Me quedé estática por unos instantes, clavando
mi mirada en el lugar donde antes había estado él, toqué mi rostro recordando
las caricias recibidas. Me sentí enojada, frustrada, ilusionada, estúpida,
débil, destrozada, decepcionada de mí misma y todo al mismo tiempo. Y sin más
me eché a llorar. Nuestra historia era pasado, debía de entenderlo y no volver
a caer en su juego, no de nuevo joder, no de nuevo.
Tomé una toalla que se encontraba en un
estante, después entré al diminuto baño y me duché lentamente, sin dejar de
pensar en lo ocurrido. Después salí, me coloqué un pantalón negro ceñido y una
blusa gris, proseguí a maquillarme sin exceso, peiné mi cabello como pude y
terminé cuando Ángela tocó a mi puerta.
-¡Qué guapa! – opinó entusiasta.
-Gracias amiga –sonreí – pero frente a ti
soy nada, ¡luces bellísima! ¿Será para Carlo? – reí.
-Claro que no, tonta – se sonrojó – pero
gracias.
Ambas salimos del cuarto con buen ánimo.
-¿Ian? – preguntó Ángela buscando al
muchacho y yo puse los ojos en blanco.
-Voy a cambiarme rápido – dijo saliendo de
la cocina y subiendo las escaleras.
Esperamos en la sala por unos momentos,
hablando de cualquier cosa. Hasta que escuchamos las pisadas de Ian
dirigiéndose a nosotras. Diablos, no podía entender cómo podía verse aún mejor,
siempre fue un chico atractivo pero con los años, mejoró de manera casi
imposible. Ian caminaba cual estrella, su chaqueta negra hacía brillar más su
mirada.
-Guau, ambas se ven preciosas – dijo al fin.
-Gracias – respondimos Ángela y yo al mismo
tiempo.
El sonido de un claxon interrumpió nuestra
semi conversación, y sin más subimos al auto de Carlo.
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