domingo, 12 de agosto de 2012

Darien el payaso.


Erin era una niña pecosa de nueve años, bastante solitaria, amante de las historietas y sumamente inteligente. Ella vivía en un pueblo pequeño junto con su abuelo, con el que rara vez podía convivir. Las únicas ocasiones en que podía hablar con él, eran a la hora del desayuno y la cena, cada intento de Erin por acercarse con más profundidad a su abuelo, ya fuera para pedirle un consejo o simplemente para charlar, fracasaba ante la indiferencia y gran cansancio de él. La razón por la que Erin viviese únicamente con su abuelo, era que sus padres habían fallecido en un trágico accidente de auto después de haber acudido a una fiesta, entonces a partir de ese día, el anciano era la única familia que la chica poseía.
Erin acudía a una pequeña escuela, la única del pueblo. Y a pesar de que ella era por demás amable y cariñosa con las personas, nunca consiguió hacerse de un amigo, debido a su inteligencia era la alumna favorita de la maestra Nora, pero la más rechazada por sus compañeros.  La pobre niña realizaba intentos vanos por conseguir alguna compañía que no fuera la de sus historietas o peluches, alguien con quien compartiera sus vivencias, sus alegrías y también sus penas, alguien para hacer pijamadas, jugar con las muñecas y todo eso que las niñas de su edad normalmente hacían. Y nada más entablaba conversación con una niña o niño, éstos se alejaban aburridos de la actitud demasiado madura para su edad.
Al regresar de la escuela, la podías reconocer inmediatamente, con su largo cabello rojo cayendo en su espalda, su vestido floreado, su tierna carita llena de pecas, y siempre con un libro grueso bajo el brazo, dirigiéndose completamente sola a casa. Al entrar a su hogar, lo primero que hacía era colocar su mochila rosa sobre un sillón y encender la radio, posteriormente se dirigía a la cocina a prepararse un par de sándwiches.
Después de comer, Erin se acomodaba en su escritorio y animada se disponía a hacer su tarea. Ese día, la niña estaba sumergida en la resolución de un problema de matemáticas, cuando escucho unas risillas afuera. Curiosa, abandonó lo que estaba haciendo y se dirigió a la ventana. Frente a su casa había un modesto parque donde los niños acudían sin falta, todos menos ella por supuesto. Erin se sintió repentinamente triste, quería salir y divertirse junto con los demás niños. Rápidamente se quitó su vestidito reemplazándolo por unos pantalones de mezclilla, una camiseta blanca y unos tenis rosa. Tímidamente salió de su casa, cruzó la calle y se acercó a sus compañeros.

-¡Hablando de la reina de Roma! – Bufó una niña dientona y de ojos verdes. Erin bajó la cabeza.
-¡Erin salió de su cueva! – Gritó otro niño y todos los demás empezaron a reír.
-¿Qué no tienes un libro qué leer? – dijo la niña dientona de manera venenosa.
-Am – tartamudeó Erin – No, yo…quería saber si podía jugar con ustedes.
Todos los niños empezaron a reír con saña, mirándola con horror.
-Estás loca – murmuró un niño lindo de ojos azules y rostro angelical – eres la niña rara, quién sabe qué podrías hacernos – fingió un escalofrío.
-Juega con tus peluches – rió una niña más que para variar era vecina de Erin – ¡Bye bye!
La inocente Erin miró a todos por unos segundos, ninguno de ellos la apoyó, ni mucho menos la defendió. Chilló algo ininteligible y salió corriendo directo a su hogar.
Al ingresar a la casa, azotó la puerta y se dejó caer tras de ella. Buscó a tientas su oso de peluche favorito y se aferró a él como un bebé, llorando amargamente.

-No llores – se escuchó una voz con algo de eco y sinceramente algo siniestra – no llores – repitió a modo de consuelo. Erin sintió un escalofrío recorrerle la espalda, esa voz no trasmitía ni paz, ni confianza.
-¿Quién eres? – preguntó irguiéndose y buscando al propietario de aquella fantasmal voz.
-Yo sólo quiero ser tu amigo – respondió.
Erin retrocedió con temor cuando distinguió en una esquina, cerca del televisor a una sombra de gran altura. Para el horror de la niña, la sombra empezó a acercársele hasta verse iluminada. Erin frunció el seño ante lo que sus ojos estaban viendo, estaba casi segura de que se trataba de un sueño de mal gusto.
Frente a Erin no había otra cosa que un payaso de ojos profundamente negros, sonrisa blanca y perfecta, enormes zapatos y todo lo que cualquier payaso común y corriente posee.
-Hola – saludó el payaso con un movimiento de mano – Soy el payaso Darien. Y vengo de un mundo mágico para llevarte conmigo, ya no tienes que sufrir más pequeña, ya no más.

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