sábado, 25 de agosto de 2012

Cuatro años hacia delante VI


Pasaron algunos días y finalmente Cecilia decidió hablar con Eduardo. Aparentemente el chico se lo tomó bien, y digo aparentemente puesto que su cara se contrajo un poco y falló en el intento de mostrarnos una sonrisa de aceptación. Mas no decidí hondear en el tema, ya que egoístamente no deseaba que al final Ceci se arrepintiera de realizar los viajes por “culpa” de Eduardo.

-Entonces, ¿de verdad no hay ningún problema? – insistió Ceci a Eduardo.
-Ya te dije que no – sonrió él – ve y diviértete con las chicas. Yo estaré bien.
-Te prometo que volveremos.
-No tienes que prometerlo, sé que lo harán chaparra – rió tiernamente y yo me enternecí.
-Deberías venir con nosotras…
-Sabes que no puedo – se puso serio – mi trabajo, no me lo permite, simplemente no. Aquí las voy a esperar.
-De acuerdo – bufó Ceci con resignación – Voy a extrañarte muchísimo.
-Yo también – respondió Eddie – a las tres las extrañaré como no tienen una idea.
Ángela, Ceci y yo nos acercamos a Eduardo y lo abrazamos con algunas lágrimas en los ojos.
-Pero ya tranquilicémonos – dije – Aún no nos vamos, todavía tenemos muchos lugares en donde convivir por aquí – reí – además, reitero, volveremos.
-Ella tiene razón – dijo Ángela – animémonos.

Desfilaron aún más días, visitamos todo tipo de lugares, tomamos fotografías, volvimos a revivir viejos recuerdos de la adolescencia, nos alcoholizamos. En fin, debo decir que no hubo lugar en aquella ciudad que no tocáramos. Un día cualquiera, me encontraba en la casa de Eduardo. Cecilia y Ángela se habían ido a ver una película mientras que Eddie y yo optamos por no ir. Era una tarde lluviosa y fríamente veíamos la televisión.

-¡Qué programa tan estúpido! – murmuré entre risas mientras veía a un montón de personas gritando y saltando en medio de confeti del cual pensé que terminaría en sus gargantas, asfixiándolos.  
-Ya sé – rió Eduardo también – me sorprende que haya gente a la que le guste ver esto – tomó el control remoto y apagó la televisión.
-Tal vez debimos acompañar a las chicas – dije estirándome un poco en el sillón.
-Tal vez – repitió Eduardo.
-¿Qué me miras?
-Nada – rió – cambiaste tanto.
-Sí, pasé de fea a re fea – me eché a reír.
-No seas tonta – acompañó mis risas – es sólo que…no sé, estás diferente y a la vez sigues siendo la misma chamaquita berrinchuda.
-¡Tarado! – reí arrojándole con fuerza un cojín.
-No colmes mi paciencia, ni me retes mocosa – repitió en una gran sonrisa.
-Estúpido – le saqué la lengua sintiéndome regresar cuatro años atrás.
Eduardo tomó un montón de cojines y me los empezó a arrojar sin piedad, entre risas lo imité iniciando una guerra por demás divertida y bizarra. Le dije que me rendía y le pedí que se detuviera, en cuanto lo hizo me arrojé sobre él y arremetí contra su rostro con una almohada, dos, tres, cuatro veces. Eddie me arrebató la almohada y la lanzó, tomó de mi cintura y ahora era él el que estaba sobre mí.
Todo se tornó incómodamente diferente, me enrojecí al notar el cambio.
Eduardo no dejaba de mirarme mientras relamía sus labios casi inconscientemente. Sabía lo que venía, pero en lugar de moverme sólo cerré los ojos.
Mi mejor amigo iba a besarme.  

Flashback

No hice nada por detener el beso, al contrario, coloqué mis brazos alrededor de su cuello y él comenzó a acariciar mi espalda de manera que hizo resucitar cada una de mis terminaciones. Esa forma de besarme, no había cambiado demasiado, lo único era la urgencia con que lo hacía, como si fuera la única oportunidad, como si yo pudiera escaparme de sus labios. El sentir su dulce lengua dentro de mi boca me volvió loca, fue como si de pronto mi cuerpo descubriera que estaba vivo, que podía moverme, que podía reír, amar, llorar, sentir. Con Ian, sentía, realmente SENTÍA.
El sueño tuvo que terminar, Carlo carraspeó incómodo y yo inmediatamente reaccioné separándome de Ian. Limpié tontamente mi boca y dirigí mi mirada al vaso que tenía en frente. Nadie hizo ningún otro comentario durante el tiempo que estuvimos ahí. Después de unos cuantos cantantes más, decidimos regresarnos, ya era de noche y honestamente Ángela y yo estábamos cansadísimas. Todos subimos al auto de Carlo, al deslizarme en el asiento me acomodé perezosamente y sin darme cuenta caí dormida.

-Pequeña, ya llegamos a casa – oí una voz que inmediatamente quise ignorar. Pero al final, abrí los ojos. Me encontraba recostada sobre Ian, obviamente me quité con rapidez tambaleándome un poco, él se rió de mí y yo le lancé una mirada fulminante.
Entramos a la casa después de despedirnos de Carlo y Natalia.
-Ian, ¿seguro dormirás bien en el sillón? – preguntó Ángela maternalmente.
-Seguro – sonrió soberbio el aludido – a menos que ella – me señaló – me regale un espacio en mi cama.
-¡Que tengas dulces sueños en el sillón! – Grité colérica, alejándome y dirigiéndome a su recámara, oyendo las risas de Ian y Ángela desde lejos.
Azoté la puerta del cuarto teatralmente, para darle énfasis a mi enfado. Pero en cuanto estuve sola, me dejé caer completamente ruborizada. Toqué mis labios y cerré los ojos, recordando el momento vivido horas atrás, deseando que aquel beso no hubiera terminado jamás. Volví a la realidad, me puse mi pijama y me arropé en las sábanas de la suave cama.
Qué ironía.
Imaginé estúpidamente a Ian durmiendo junto a mí. Golpeé mi cabeza mentalmente varias veces, odiándome un poco. Traté de olvidar que él estaba afuera. Cerré los ojos y me obligué a dormir.
Fin del flashback.

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