Pasaron
algunos días y finalmente Cecilia decidió hablar con Eduardo. Aparentemente el
chico se lo tomó bien, y digo aparentemente puesto que su cara se contrajo un
poco y falló en el intento de mostrarnos una sonrisa de aceptación. Mas no
decidí hondear en el tema, ya que egoístamente no deseaba que al final Ceci se
arrepintiera de realizar los viajes por “culpa” de Eduardo.
-Entonces,
¿de verdad no hay ningún problema? – insistió Ceci a Eduardo.
-Ya te
dije que no – sonrió él – ve y diviértete con las chicas. Yo estaré bien.
-Te
prometo que volveremos.
-No tienes
que prometerlo, sé que lo harán chaparra – rió tiernamente y yo me enternecí.
-Deberías
venir con nosotras…
-Sabes que
no puedo – se puso serio – mi trabajo, no me lo permite, simplemente no. Aquí
las voy a esperar.
-De
acuerdo – bufó Ceci con resignación – Voy a extrañarte muchísimo.
-Yo
también – respondió Eddie – a las tres las extrañaré como no tienen una idea.
Ángela,
Ceci y yo nos acercamos a Eduardo y lo abrazamos con algunas lágrimas en los
ojos.
-Pero ya
tranquilicémonos – dije – Aún no nos vamos, todavía tenemos muchos lugares en
donde convivir por aquí – reí – además, reitero, volveremos.
-Ella
tiene razón – dijo Ángela – animémonos.
Desfilaron
aún más días, visitamos todo tipo de lugares, tomamos fotografías, volvimos a
revivir viejos recuerdos de la adolescencia, nos alcoholizamos. En fin, debo
decir que no hubo lugar en aquella ciudad que no tocáramos. Un día cualquiera,
me encontraba en la casa de Eduardo. Cecilia y Ángela se habían ido a ver una
película mientras que Eddie y yo optamos por no ir. Era una tarde lluviosa y
fríamente veíamos la televisión.
-¡Qué
programa tan estúpido! – murmuré entre risas mientras veía a un montón de
personas gritando y saltando en medio de confeti del cual pensé que terminaría
en sus gargantas, asfixiándolos.
-Ya sé –
rió Eduardo también – me sorprende que haya gente a la que le guste ver esto –
tomó el control remoto y apagó la televisión.
-Tal vez
debimos acompañar a las chicas – dije estirándome un poco en el sillón.
-Tal vez –
repitió Eduardo.
-¿Qué me
miras?
-Nada –
rió – cambiaste tanto.
-Sí, pasé
de fea a re fea – me eché a reír.
-No seas
tonta – acompañó mis risas – es sólo que…no sé, estás diferente y a la vez
sigues siendo la misma chamaquita berrinchuda.
-¡Tarado! –
reí arrojándole con fuerza un cojín.
-No colmes
mi paciencia, ni me retes mocosa – repitió en una gran sonrisa.
-Estúpido –
le saqué la lengua sintiéndome regresar cuatro años atrás.
Eduardo
tomó un montón de cojines y me los empezó a arrojar sin piedad, entre risas lo
imité iniciando una guerra por demás divertida y bizarra. Le dije que me rendía
y le pedí que se detuviera, en cuanto lo hizo me arrojé sobre él y arremetí contra
su rostro con una almohada, dos, tres, cuatro veces. Eddie me arrebató la
almohada y la lanzó, tomó de mi cintura y ahora era él el que estaba sobre mí.
Todo se
tornó incómodamente diferente, me enrojecí al notar el cambio.
Eduardo no
dejaba de mirarme mientras relamía sus labios casi inconscientemente. Sabía lo
que venía, pero en lugar de moverme sólo cerré los ojos.
Mi mejor
amigo iba a besarme.
Flashback
No hice nada por detener el beso, al
contrario, coloqué mis brazos alrededor de su cuello y él comenzó a acariciar
mi espalda de manera que hizo resucitar cada una de mis terminaciones. Esa
forma de besarme, no había cambiado demasiado, lo único era la urgencia con que
lo hacía, como si fuera la única oportunidad, como si yo pudiera escaparme de
sus labios. El sentir su dulce lengua dentro de mi boca me volvió loca, fue
como si de pronto mi cuerpo descubriera que estaba vivo, que podía moverme, que
podía reír, amar, llorar, sentir. Con Ian, sentía, realmente SENTÍA.
El sueño tuvo que terminar, Carlo carraspeó
incómodo y yo inmediatamente reaccioné separándome de Ian. Limpié tontamente mi
boca y dirigí mi mirada al vaso que tenía en frente. Nadie hizo ningún otro
comentario durante el tiempo que estuvimos ahí. Después de unos cuantos cantantes más,
decidimos regresarnos, ya era de noche y honestamente Ángela y yo estábamos
cansadísimas. Todos subimos al auto de Carlo, al deslizarme en el asiento me acomodé
perezosamente y sin darme cuenta caí dormida.
-Pequeña, ya llegamos a casa – oí una voz que inmediatamente quise ignorar. Pero al final, abrí los ojos. Me encontraba recostada sobre Ian, obviamente me quité con rapidez tambaleándome un poco, él se rió de mí y yo le lancé una mirada fulminante.
Entramos a la casa después de despedirnos de
Carlo y Natalia.
-Ian, ¿seguro dormirás bien en el sillón? –
preguntó Ángela maternalmente.
-Seguro – sonrió soberbio el aludido – a menos
que ella – me señaló – me regale un espacio en mi cama.
-¡Que tengas dulces sueños en el sillón! –
Grité colérica, alejándome y dirigiéndome a su recámara, oyendo las risas de
Ian y Ángela desde lejos.
Azoté la puerta del cuarto teatralmente, para
darle énfasis a mi enfado. Pero en cuanto estuve sola, me dejé caer
completamente ruborizada. Toqué mis labios y cerré los ojos, recordando el
momento vivido horas atrás, deseando que aquel beso no hubiera terminado jamás.
Volví a la realidad, me puse mi pijama y me arropé en las sábanas de la suave
cama.
Qué ironía.
Imaginé estúpidamente a Ian durmiendo junto a
mí. Golpeé mi cabeza mentalmente varias veces, odiándome un poco. Traté de
olvidar que él estaba afuera. Cerré los ojos y me obligué a dormir.
Fin del flashback.
Fin del flashback.
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