viernes, 24 de agosto de 2012

Marea

En estos precisos momentos, ni siquiera yo entiendo qué mierda pasa por mi cabeza. Tantas actitudes que nunca comprendí, tantas cosas que me quedaron por descubrir, estancándose en una clase de terrible maldición. No existe actividad que más deteste que el llorar, eso de derramar lágrimas por quien no te quiere, es infantil, inútil, masoquista. Y sin embargo, lo hago sin poder evitarlo. Siento un vacío, un hueco en el pecho que no logro llenar con nada, tan sólo unos cuantos acontecimientos adornan el dolor, mas cuando se entrega la noche, los fantasmas de mi mente amenazan con matarme el alma, con acabar de destruirme. ¿Por qué? honestamente no lo sé, el miedo me persigue todos los días. Ni las putas pastillas que trago a diario lograr curarme por completo, ni el alcohol mostrándome imágenes borrosas, ni los cigarrillos que al final de cuentas terminan siendo un mal placebo. Verdaderamente estoy hastiada de estas vivencias, una incertidumbre nace en mi garganta, sofocándome, y lo peor de todo es que no acaba con mis existencia. Disfruta mi agonía, si se le puede llamar de esa forma. Mis amigos son tristes vendas alrededor de mis brazos y piernas, que yo misma en mi desesperación he arrancado, agravando aún más las heridas. Patéticamente, ni escribir tranquiliza mi espíritu, nada me proporciona paz.
¿Qué hacer? Ya no se trata de una dama triste, sino de una dama que se extingue a cada paso que da, quebrándose ante cada jodido parpadeo. Una mujer que duerme demasiado para huir aunque sea, de un pedazo de la realidad, que sonríe estúpidamente pero que por dentro, sufre algo que nadie podría entender nunca. Casi un objeto inanimado. Pasan las horas, los días, las semanas, los meses, nada cambia mi estado de ánimo. Me preocupa terminar por desaparecer de verdad, para siempre. Aunque pensándolo mejor, eso estaría bien, sería mejor que el dolor, morfina. 
Eso es bueno,
eso es bueno...

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