viernes, 7 de junio de 2013

Cuatro años hacia delante XIX

— Gracias — dije respirando entrecortadamente — tú eres muy bueno, sí, muy bueno. Eres muy bueno… — dije somnolienta y, por segunda ocasión, todo se volvió oscuro. Apenas si escuché a Eduardo gritando mi nombre repetidas veces.



—Pequeña, ¿estás bien? — oí la voz preocupada de mi amigo.
— ¿Eh? ¿Qué pasó? — pregunté tratando de vencer la pesadez de mis párpados.
— Sufriste un desmayo.
— Vaya, ya me está gustando — me reí.
— Sabes que no es gracioso — me dijo serio — no es normal, deberías ir al médico.
— Oh, por favor, cualquier cosa menos eso. Estoy perfectamente — me levanté demasiado rápido y perdí el equilibrio. Por supuesto, Eduardo me sostuvo con agilidad.
—Gracias.
— Ahora dime, ¿qué pasó con Ian?

Me solté de él y me acomodé en una silla, suspiré y procedí a relatarle la misma historia que Ian – perspicazmente - me había inventado. Después de que terminé, ambos nos quedamos en silencio por varios minutos, hasta que me harté y decidí abrir la boca.

— Así que ya no tenemos por qué preocuparnos más, Ian me prometió que no volvería a molestarme jamás — sonreí, o al menos eso pretendí.
— Chaparra, tal vez lo que Ian te dijo sea verdad…
— ¡Dios! ¡Tú! — me irrité.
— Nena, Phany siempre fue así, pero tú no lo notaste, a mí nunca me agradó su presencia. Era una mala persona.
— Eso no justifica a Ian
— Pero por supuesto que lo hace — me sonrió tiernamente — Él te explicó el modo en que Phany terminó en su cama, y eso es posible.
— ¿Cómo? ¿No se dio cuenta de que el cuerpo asqueroso que lo estaba tocando no era el mío? Por favor…
—¡Es posible! Los hombres adormilados somos más idiotas que de costumbre.
— ¿Por qué te pones de su parte? — chillé.
— No me pongo de parte de nadie — rió tranquilo — pero si analizas bien las cosas, puede que durante estos años, Ian haya vivido en tu odio injustamente.
— Qué importa, lo lamento por él; porque yo estoy contigo ahora.
— No tienes por qué…
— ¡No vamos a discutir eso! Por favor, solo apóyame, te necesito.
— Tranquila pequeña, yo no iré a ningún lado. Te amo.

Después de eso tuve que repetir una vez más la historia de Ian, pero ahora con Cecilia y Ángela. Por supuesto, Ángela se puso totalmente de parte de él. Cecilia me apoyó. Supongo que con eso tenía suficiente, no había fuerza humana que me hiciera cambiar de opinión, por más que aún amara al estúpido de Ian con locura.

Los días desfilaron, parecía que la visita de Ian solo había sido un sueño borroso; pronto todos se olvidarían de aquella experiencia, o eso esperaba. Eduardo estaba más amoroso que nunca, los detalles que tenía me parecían maravillosos; él era romántico por excelencia, y apenas lo estaba descubriendo. A pesar de que era muy distinto a Ian, se había ganado una parte importante en mi corazón. De alguna manera me había demostrado que el amor no solo eran los juegos bruscos e ideas frágiles que Ian me enseñaba. Era algo más profundo, no había modo de explicarlo.

Y por fin llegó el día de mi partida, estaba muy excitada y nerviosa. Lo mejor era que Cecilia y Ángela me acompañarían en esta locura. Lo peor era que Eduardo no estaría con nosotros, y extrañarlo era lo que más dolería.
Estábamos en casa de mi mejor amigo, Cecilia y Ángela no dejaban de gritar como un par de tontas, y yo había acabado con mis uñas. La sala estaba rodeada de maletas. Eduardo nos miraba sin dejar de reírse.

— Ya cálmense — sonrió — todo va a salir excelente.
— Hermanito, ¡cómo te voy a extrañar! — expresó Cecilia con lágrimas en los ojos.
— Ven a mis brazos, tontita — lloró Eduardo.

Sonreí con dulzura al verlos abrazados así, no había algo más hermoso que la protección y complicidad que ambos se tenían.

— Bueno — carraspeó Ángela — Déjame darle un abrazo a este bombón.
Eduardo soltó a Cecilia y abrazó a Ángela.
— Cuídalas mucho — alcanzó a decir — tú eres la única sensata de este grupo de niñas.
— Oye, ¡te oí! — dije pellizcándolo.
— Los dejamos solos un rato — dijo Ángel a arrastrando a Cecilia.
—Voy a extrañar a ese par — me sonrió Eduardo.
— ¿Y a mí no? — hice un puchero.
— Cómo me preguntas eso — acarició mi mejilla — si esta niña boba es la que más me hará falta.
— Te extrañaré tanto — lloré — Cuando decidí hacer este viaje, solo pensé en liberarme de todo, que no me haría falta nada. Sin embargo, separarme de ti me dejara un gran vacío.
— No te preocupes por mí, pequeña. Aquí te esperaré siempre.
—¿Lo prometes?
— Te lo prometo.

Ambos nos abrazamos y yo acaricié su nuca con suavidad. Fuera de cualquier cosa, el proceso de despedida resultaba aun más doloroso de lo que imaginaba.



Nos reunimos con Ángela y Cecilia. Los cuatro nos miramos, y en medio de algunas lágrimas mal disimuladas, nos dirigimos a la salida. Nos vimos interrumpidos por el timbre de la casa.

—¿Quién molesta ahora?
— Debe ser algo de tu trabajo, ve, aún estamos con tiempo.

Observé el fastidio de Eduardo al decidirse a abrir la puerta. Todos estábamos expectantes para saber quién interrumpía nuestra extraña despedida.

Cuando reconocí a la persona que había llegado, reuní todas mis fuerzas con la única intención de asesinar.

http://youtu.be/mX95Pcf79Ko

No hay comentarios:

Publicar un comentario