martes, 19 de junio de 2012

Elisa III


Con un trago de aire desesperado, la chica de cabellos rizados sacó su cabeza del agua, perdida por unos segundos observó hacia la infinita nada, la música había parado de sonar, el silencio era tan grande que incluso lastimaba sus oídos, por unos segundos todo alrededor se detuvo y entonces ella supo que se acercaba el final de todo.
Sonrió torpemente y buscó con la mirada aquel cuchillo que finiquitaría su presencia, encontrándolo al instante, estiró un poco su brazo y ahí estaba otra vez el instrumento sobre sus blancas y huesudas manos. Acarició su rostro con el utensilio, casi con malicia. Observó sus muñecas que parecían adquirir vida propia, queriéndose alejar con miedo de la muerte
-¿No olvidas un detalle? – resurgió la voz risueña y complacida.
-¿No es suficiente con acabar el dolor? – contestó la chica, enfadada.
-Debes decir adiós…

La chica de cabellos rizados se levantó con rapidez, pescó su teléfono celular: menú>aplicaciones> notas. Redactó:

Ayer era una niña que coleccionaba muñecas de porcelana, todo el tiempo me habían parecido perfectas…y tan frágiles a la vez. Sentía la necesidad de protegerlas, de amarlas y escucharlas, como siempre quise que alguien lo hiciera por mí. Sé que suena tan loco e ilusorio, pero era una niña llena de temores pero también atestada de sueños por vivir. Es gracioso, hoy soy una adolescente más, escribiendo una carta de despedida, qué decepción es terminar así, pero resulta que no hay nada para que yo pueda cambiar las cosas, todo se acabó para mí, no necesito absolutamente…nada. Ni deseos de respirar, de reír, de luchar. No les pido que me lloren, porque en su momento nunca estuvieron para mí, ni les pedí auxilio, no hubo nadie, no seamos hipócritas. Tampoco quiero que sientan culpabilidad en sus corazones; Mi muerte es la liberación de otros. Por favor no finjan extrañarme mientras observan mi ataúd, no es necesario, pues yo ya no estaré allí, ni en ningún otro lugar. Si alguien alguna vez me amó de verdad, sepa usted que siento mucho abandonarle, y le suplico no se culpe de mis actos, y viva en mi honor.
Llanamente, me cansé de ser destruida, lo intenté pero tristemente perdí mi canción. Abandoné mi poema, solté la cuerda, bajé de la montaña, dejé el borde del pozo. Caí.
Extrañaré el calor del sol en las mañanas, la compañía de la luna en mis desvelos, el olor a tierra mojada, el contacto de mis pies al suelo, la pieza musical que aminoraba mis penas, la delicia de cada sabor. Pero nada de eso vale el nudo en mi garganta, ni el frío de mi piel entera, el gris de todo lo que tocasen mis manos.
Ya he retrasado en demasía lo inevitable, únicamente quería despedirme de todos los que trataron de salvarme, y de los que provocaron mi fin, también.
Arre, Silver, Adelante!

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