La chica de
cabellos rizados y mirada perdida, la mujercita de corta edad con lágrimas en
los ojos se dirigía sin siquiera mirar a sus padres, a su guarida a la que
todos llamaban habitación. Azotando la puerta y poniéndole el seguro, arrojó su
mochila con una mueca de tormento y se lanzó a la cama. Sus sollozos eran
amargos, demasiado depresivos y sofocantes. Ella no comprendía el por qué de su
existencia, no anhelaba más ver el brillo del sol, ni despertar, su único
escape era el dormir, era como estar muerta, eso le gustaba. La chica de cabellos rizados detuvo su llanto
tan repentinamente como lo comenzó, se levantó y dirigió a la ventana, la luna
ya iluminaba a la ciudad, que seguía su curso, sin detenerse por nada ni por
nadie. Así era la vida misma, seguía y seguía dejando atrás a los más débiles.
-¿Qué pasa?
– preguntó una voz en su interior causándole una sensación de calor en el
pecho.
-Ya no quiero estar en este lugar, las
inseguridades me ganan la batalla día con día, tengo miedo de lo que pueda
suceder conmigo en el futuro, todas las personas que quiero terminan por
dejarme, nadie comprende lo que siento en el alma, nada me causa alegría,
siempre parezco estar en un estado zombi, no tengo nada que perder puesto que
ya lo he perdido todo, no encuentro mi lugar. Siento que mi cuerpo es una
prisión que me encadena a mí.
Adiós.
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