Demente está quien afirma
haber estado una hora enamorado,
más no es que el amor así se desvanezca,
sino que, de hecho, en menos tiempo os
puede devorar.
¿Quién osará creerme si juro
haber sufrido un año de esta plaga?
¿Quién no se reiría de mí si yo dijera
que ví arder todo un día la pólvora de un frasco?
¡Ay, qué insignificante el corazón,
si llega a caer en manos del amor!
Cualquier otro pesar deja sitio
a otros pesares, y para sí reclama solo una
parte.
Vienen hasta nosotros, pero a nosotros el
Amor arrastra,
y, sin masticar, nos absorbe.
Por él, como por el infame hierro, tropas
enteras caen.
Él es el esturión tirano; nuestros
corazones, la morralla.
Si así no fue, ¿qué le sucedió
a mi corazón cuanto te vi?
A la alcoba traje un corazón,
pero de ella emergí vacío, desolado.
Si contigo hubiera ido, sé
que a tu corazón el mío le habría enseñado
la compasión.
Pero ¡ay!, Amor, de una herida lacerante la
felicidad se ha quebrado.
Más la Nada en Nada puede convertirse,
ni sitio alguno puede del todo vaciarse,
así, pues, pienso que aun posee mi pecho
todos esos fragmentos, aunque no estén reunidos.
Y ahora, como los espejos rotos muestran
cientos de rostros más menudos, así
los añicos de mi corazón pueden sentir
agrado,
deseo y adoración,
pero despúes de tal Amor, jamás volverán a
amar.
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