Después
de nuestra pequeña danza, nos volvimos a sentar en el sillón.
-¿Hermoso
yo? – Rió Eduardo – claro que sí.
-Hablo
en serio, bobo – sinceré – eres una persona maravillosa. Espero no haberme dado
cuenta de eso demasiado tarde – me mordí los labios con preocupación.
-¿Por
qué lo dices?
-Es
que…bueno…quizá – balbuceé – por estar pensando sólo en cierta persona, no supe
valorar a los amigos que tenía a mí alrededor. Todo giraba en torno…
-A
Ian – me interrumpió Eduardo – lo sé, todos lo sabíamos. Si te soy sincero,
quise protegerte, intenté alejarte de él, de alguna manera sabía que él iba a
lastimarte.
-¿De
verdad?
-Sí
– asintió – fui un idiota por no luchar más, pude haberte ahorrado muchas
lágrimas.
-¡No!
– Grité – no te eches la culpa, Eduardo – lo abracé inesperadamente – en todo
caso la tonta fui yo, me enamoré perdidamente, ni siquiera usé la cabeza.
Fueron tantas las “señales” de su engaño pero no quise darme cuenta. Yo me
cegué.
-Pero
eso ya no importa, ¿o sí? – dijo Eduardo limpiándome las lágrimas con la yema
de su dedo.
-Claro
que no – sonreí en medio de aquel tonto llanto – haber hablado con él fue lo
último, la pieza restante para por fin olvidarme completamente de él. Ahora, lo
único que importa es mi presente, mi esperanza en el viaje que cambiará mi
vida, sólo eso.
-Estoy
orgulloso de ti, mi pequeña – sonrió tiernamente acunándome en sus brazos.
-Tú
eres mi alma gemela – reí hundiéndome en su pecho, aquel aroma que ese chico
emanaba me brindaba tanta paz. Caí de vuelta en la comparación, el olor de Ian
eran tan distinto al de Eduardo. El de Ian representaba calor, rebeldía,
fuerza, prisa y descontrol. Muy en cambio, el olor de mi Eduardo trasmitía
ternura, dulzura, amor y un cariño inmenso. En fin, todo era totalmente
distinto.
Entonces
sucedió.
Alcé
mi mirada al rostro de mi mejor amigo; su piel avellanada, sus intensos ojos
cafés, su cabello ondulado, su blanca sonrisa y esas manos perfectas. Sí, mi mejor
amigo era hermoso en el sentido más literal de la palabra. Lo quería demasiado.
Tal vez debíamos aceptar que nos
perdimos y ya está.
Sin Ian
alrededor de mí, Eduardo lucía como un ángel. De alguna manera, Ian era la
maldad, pero Eduardo, mi amigo era luz. El chico que me abrazaba empujó sus
labios contra los míos. La verdad es que no reconocía ese beso, no sé, su boca
no encontraba su lugar en la mía. Pero el chico no se dio por vencido, al
contrario, comenzó a moverse en la mía hasta encontrar su espacio. Efectivamente
terminó por encontrarlo y se hizo dueño de él, estoy segura, para toda la vida.
Él me
hacía sentir protegida, lograba que al tenerlo cerca me sintiera dueña del
mundo, me curaba, sabía que si él me hacía falta, yo no iba a poder sobrevivir,
definitivamente no lo haría. A mi manera, es decir, de una forma distinta, yo
lo amaba.
Lo sé, capítulo corto. Falta de tiempo :( pero un capítulo más y esta historia llega a su final. Estoy segura de que pocos o casi nadie quedará satisfecho, pero esa es la misión de esta historia, un final truncado y con dudas. Besos!
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