jueves, 11 de octubre de 2012

Sus ojos azules

Y eso fue lo que me devolvió a la vida, lo que me hizo reaccionar, me di cuenta de que estaba haciendo las cosas mal, de que no estaba luchando como había dicho que lo haría. Al encontrarme con su mirada, ese fulgor en aquellos ojos azules me hizo reconstruirme el corazón, entregarme otra vez a la vida, aquella a la que había huido con inmenso terror. Sí, fue su mirada lo que me obsequió las fuerzas necesarias para levantarme, para salir adelante y secar mis lágrimas. Entonces supe que lo amaba con cada parte de mí, en cada palabra estaba él, en cada canción de amor, en cada película, incluso hallaba su nombre en comerciales estúpidos de televisión. Sabía que de algún modo, mi cariño le pertenecía únicamente a él. Me salvé, salí del pozo sin quitar mi mirada de aquel brillo que emanaba todo su cuerpo, aquel amor que surgía en forma de palabras y abrazos, pero más aún en esa complicidad entre mis ojos cafés y los suyos, aquel mar bellísimo, mi lugar ideal, mi complemento. Volví a sonreír, ¡en verdad lo hice! Lo más especial es que le brindé una sonrisa sincera, y él lo sabía, porque también me amaba. Me enseñó a perdonar, a olvidar el pasado, a restar importancia a aquellas personas que me hirieron, a vivir el ahora, a querer sin sufrir, él me amó y me ayudó a amarme a mí misma. Eso es lo que más me enamoró de él; sus enseñanzas, su madurez, esa aura de paz que lo rodeaba y que me trasmitía, su forma de ver la vida, su poesía a la naturaleza, a la belleza del mundo, a todo aquello positivo que yo jamás supe plasmar. Él era tranquilidad, yo un desastre, él era fortaleza, yo fragilidad. Entonces...de alguna manera extraña, cuando estaba con él, yo era tranquilidad y fortaleza, alegría. Él me dijo un día que yo podía lograr todo lo que quisiera si nunca dejaba de sonreír, si nunca me daba por vencida. Me pidió que pensara en nuestros recuerdos cuando me sintiera sin ganas de vivir, y así lo haré. Le prometí que nunca abandonaría a la vida, a mi persona, que siempre lo tendría en el espacio más grande de mi alma. Él me enseñó a amar mi propia existencia, jamás olvidaré todo lo que hizo por mí, toda la luz que me regaló, todas las palabras que aún persisten en mi memoria. 
Aunque ahora él, mi gran amor, está descansando ya; espero algún día volver a verlo y decirle satisfactoriamente que cumplí la promesa que le hice, que disfruté la vida al máximo, por mí y también en su honor. Donde quiera que estés, te amo corazón mío, dueño de los ojos azules más hermosos, esos ojos que me devolvieron la motivación de existir. Gracias, nunca te borraré de la memoria, ojalá que al morir pueda alcanzarte.

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